Todos los caminos elegidos para adentrarnos en la provincia china de Sichuan llevaban el sobresalto de los grandes viajes pero uno iba marcado de descubrimiento y espiritualidad, aquel que nos llevaba por senderos húmedos y rocosos del monte Qingcheng hasta sus recónditos monasterios colgados de la montaña. En la base de la montaña, bajo una pertinaz llovizna, una aldea se balanceaba en el silencio crepuscular del valle alumbrado de farolillos que pestañeaban ante el goteo y un ligero viento llegado de lejos, del norte, del interior del país. Puerta de Qingchengshan. La aldea se enorgullecía de abrirse al mundo taoísta del monte Qingcheng. Pasamos la noche en la Grulla Volando. Apenas dormimos esperando el amanecer en aquel abra de paz. Los farolillos dejaron de parpadear y la silueta azul de la montaña se fue diseñando en la lejanía, que no era más que a escasos dos mil metros.
Al pie mismo de la montaña, se levanta Chisheng, el templo que sirve de puerta a la montaña misma. Fue el primer contacto con los techos de tejas naranjas arropadas de musgos de todos los verdes que el musgo puede crear. El incienso disperso, los grandes cirios encendidos, monjes budistas visitadores, monjes taoístas rezando detrás de las ventanas ricamente trabajadas. El mapa de la montaña con el conjunto de templos y monasterios se nos presentó en todo su esplendor, marcando la cumbre de Qingcheng con la pagoda de techo rojo sangre que no es otro que el Pabellón Laojun.
Iniciamos la subida de la montaña por un sendero de escalones manchados de moho. Peregrinos como nosotros, unos subiendo, otros bajando. Aldeanos subiendo y bajando, cargados de los abastos a los templos y monasterios. Los portadores, sentados a la espera de bultos o de peregrinos fatigados para llevarlos en silla hasta la siguiente pausa. Quienes de entre ellos ya no están, cuántos pudieron huir de la avalancha de piedras?
©cAc-2008
Un camino ascendente con etapas de recogimiento y de descanso. Una pausa para dejar colgado un voto, la esperanza de regresar alguna vez ? el deseo de llevar a término el preparado viaje. Un viaje preparado con sobresaltos y dudas. En el Tíbet continuaba la revuelta de pueblo y monjes contra la impostura china. Anularán el viaje las autoridades chinas? esa y otras cuestiones nos carcomía durante noches y noches durante buen tiempo. Uno, dos, tres votos se agregaron a los ya colgados en un árbol en el camino de la segunda etapa. Cruzamos la puerta que da paso a la Quinta Gruta Celeste y fuimos contorneando la rugosa cola del dragón hasta las puertas de Tianshi. Respiramos al final de la escalera que yo diría que nos lleva al cielo. Olores de hierbas y de incienso se mezclaban a los que se escapaban de la cocina del monasterio.
Un camino ascendente con etapas de recogimiento y de descanso. Una pausa para dejar colgado un voto, la esperanza de regresar alguna vez ? el deseo de llevar a término el preparado viaje. Un viaje preparado con sobresaltos y dudas. En el Tíbet continuaba la revuelta de pueblo y monjes contra la impostura china. Anularán el viaje las autoridades chinas? esa y otras cuestiones nos carcomía durante noches y noches durante buen tiempo. Uno, dos, tres votos se agregaron a los ya colgados en un árbol en el camino de la segunda etapa. Cruzamos la puerta que da paso a la Quinta Gruta Celeste y fuimos contorneando la rugosa cola del dragón hasta las puertas de Tianshi. Respiramos al final de la escalera que yo diría que nos lleva al cielo. Olores de hierbas y de incienso se mezclaban a los que se escapaban de la cocina del monasterio.
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Los monjes conversaban del otro lado del patio. Un militar fumaba y nos observaba discretamente. El sol tímido apenas alumbraba el recinto y las estancias que dan al patio, sombrías, excitaban mi curiosidad. Nos instalamos en las células que nos atribuyeron los monjes, bebimos té verde bien impregnado de su olor seco y fuerte y comenzamos a andar por los senderos que envuelven Tianshi, a 1045 metros de altura. Caminamos por trillos de helechos exuberantes, manantiales que gota a gota van haciendo estanques entre las piedras y atravesamos un redil conocido como de la Garganta Profunda. Una grieta que hoy imagino doblemente abierta después de haberse abierto la montaña cuando el sismo la azotaba.
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Los monjes conversaban del otro lado del patio. Un militar fumaba y nos observaba discretamente. El sol tímido apenas alumbraba el recinto y las estancias que dan al patio, sombrías, excitaban mi curiosidad. Nos instalamos en las células que nos atribuyeron los monjes, bebimos té verde bien impregnado de su olor seco y fuerte y comenzamos a andar por los senderos que envuelven Tianshi, a 1045 metros de altura. Caminamos por trillos de helechos exuberantes, manantiales que gota a gota van haciendo estanques entre las piedras y atravesamos un redil conocido como de la Garganta Profunda. Una grieta que hoy imagino doblemente abierta después de haberse abierto la montaña cuando el sismo la azotaba.
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Siguiendo el sendero de arbustos, helechos y peonías, llegamos a un punto que el camino marca como estando a 1180 metros. A esa altura se levanta Zushi, un templo escondido entre la vegetación animada por un concierto de trinos unidos al cacareo perenne de las gallinas que picotean entre las hierbas. Justo unos metros más abajo, otro sendero en picada deja ver la pared rocosa de la montaña y en el reborde de sus entrañas, Chao Yang Dong, uno de los más antiguos templos taoístas de Qingchengshan. Qué habrá sido del decano de los templos, que los monjes construyeron en la gruta de la montaña? Seguirá sudando la pared y corriendo sus vapores por la roca y luego cayendo en armonioso campanilleo desde los techos como lluvia eterna?
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Tantas emociones no podían seguir llenando aquel fin de mañana, perdidos, alucinados, entre puentes casi imperiales con estatuas a punto de desaparecer detrás del musgo. Todo esto, existe aún, o quedará como recuerdo en nuestra memoria? Volvimos nuestros pasos a Tianshi, para escuchar el clamor de sus cantos extenderse al infinito de la montaña, para disfrutar de la compañía afable de sus monjes. Para sentarnos a almorzar con la convivialidad que reciben los monjes del monasterio.
Tantas emociones no podían seguir llenando aquel fin de mañana, perdidos, alucinados, entre puentes casi imperiales con estatuas a punto de desaparecer detrás del musgo. Todo esto, existe aún, o quedará como recuerdo en nuestra memoria? Volvimos nuestros pasos a Tianshi, para escuchar el clamor de sus cantos extenderse al infinito de la montaña, para disfrutar de la compañía afable de sus monjes. Para sentarnos a almorzar con la convivialidad que reciben los monjes del monasterio.
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Llega la noche. Cerrada. El silencio cubre la montaña y grillos y sapos se disputan el terreno. Detrás de nuestras células, colgadas de la montaña, un abismo negro de ramas y troncos invade el exterior. La humedad penetra por cualquier hendija y no falta agua caliente, hirviendo, en los termos. Cuando se termina el agua, basta poner a la puerta de la célula el termo para que algún monje se percate y lo reponga lleno. Hay pájaros que gritan al caer la noche, insectos de la luz chocando con nuestros cuerpos y un cántico que proviene de alguna parte en el monasterio.
©cAc-2008
Al alba, cuando todavía duerme todo el monasterio, me levanto y corro a la estancia más alta del mismo. Los monjes se preparan para los rezos y el palafrenero se encarga de encender cirios e inciensos. Me arrodillo al exterior de la pieza y sigo con emoción los cánticos y el toque que anuncia que la vida vuelve con los primeros rayos de claridad celeste. Habrá sobrevivido el palafrenero?, y su hija, que se acogió a los hábitos desde temprana edad y pidió que permitieran vivir a su padre viudo ayudando en las labores del monasterio? Una de las decanas del monasterio, levantada antes que desapareciera el manto negro del cielo de Qingcheng, me hizo un gesto al cruzarnos en el patio central. Esperé a que terminara de encender sus cirios e hice yo lo mismo. El patio vacío era propicio para pensar, el incienso envolvía las maderas trabajadas y las columnas donde reposa el altar a espalda de la entrada. De la cocina comenzaban a salir los vapores donde se preparaban los tallarines y las salsas picantes que nos despertarían completamente a la hora del desayuno.
Llega la noche. Cerrada. El silencio cubre la montaña y grillos y sapos se disputan el terreno. Detrás de nuestras células, colgadas de la montaña, un abismo negro de ramas y troncos invade el exterior. La humedad penetra por cualquier hendija y no falta agua caliente, hirviendo, en los termos. Cuando se termina el agua, basta poner a la puerta de la célula el termo para que algún monje se percate y lo reponga lleno. Hay pájaros que gritan al caer la noche, insectos de la luz chocando con nuestros cuerpos y un cántico que proviene de alguna parte en el monasterio.
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Al alba, cuando todavía duerme todo el monasterio, me levanto y corro a la estancia más alta del mismo. Los monjes se preparan para los rezos y el palafrenero se encarga de encender cirios e inciensos. Me arrodillo al exterior de la pieza y sigo con emoción los cánticos y el toque que anuncia que la vida vuelve con los primeros rayos de claridad celeste. Habrá sobrevivido el palafrenero?, y su hija, que se acogió a los hábitos desde temprana edad y pidió que permitieran vivir a su padre viudo ayudando en las labores del monasterio? Una de las decanas del monasterio, levantada antes que desapareciera el manto negro del cielo de Qingcheng, me hizo un gesto al cruzarnos en el patio central. Esperé a que terminara de encender sus cirios e hice yo lo mismo. El patio vacío era propicio para pensar, el incienso envolvía las maderas trabajadas y las columnas donde reposa el altar a espalda de la entrada. De la cocina comenzaban a salir los vapores donde se preparaban los tallarines y las salsas picantes que nos despertarían completamente a la hora del desayuno.
Durante dos días anduvimos toda la montaña de un templo a otro, pausa en Dachitian, y luego Donghua hasta encontrar el trillo con votos que lleva a Lao Jun Ge, en la cima de Qingcheng, a 1260m. Mientras almorzábamos con todo el verde de la montaña a nuestro antojo, y el perfil de las otras montañas en lontananza, hablamos de volver, porque medio grupo había quedado abajo haciendo caligrafía. Dos truenos encendieron el cielo y el gris desapareció completamente. El sol emergió de detrás del palacio Shangqing y quisimos ir a su encuentro, bajando como niños aquel flanco del monte. El pabellón Ciyun hervía de monjes en peregrinación y los habituales hacían la siesta sentados en taburetes de bambú. Atravesamos en barca el lago Yuecheng alto de 850m y un camino triste y solitario con tumbas nos llevó hasta Quan Zhen Guang o templo de Verdad más Completa. Allí dijimos adiós a la monja que nos acogió con todo el amor que puede darse a los desconocidos. Todavía la veo, detrás de su mesa llena de caligrafías, explicarnos de la existencia del templo reconstruido varias veces. Seguirá en pie el templo y su monja principal, o la tierra se la tragó con sus pies diminutos, sus cachetes como manzanas rojas y la mirada curiosa?.
©cAc-2008
El día de la partida no quise perderme el ritual matinal y me adormecí detrás de la ventana, extasiado de felicidad. Subí a lo más alto del monasterio para impregnarme de Qingcheng, encendí dos cirios y pedí que aquel viaje siguiera siendo profundo en tantas cosas nuevas, mientras una monja leía un capítulo como un susurro saliendo de sus labios. Ella no se dio la vuelta, yo respiré profundo y bajé como en una nube hasta el patio central del monasterio. Ulka entraba en una pieza y saltaba de alegría. Ulka es una niña grande, monja taoísta, curiosa y desconfiada. O así era Ulka, si las fauces de la tierra la envolvieron junto a la montaña, hace un año exactamente.
El día de la partida no quise perderme el ritual matinal y me adormecí detrás de la ventana, extasiado de felicidad. Subí a lo más alto del monasterio para impregnarme de Qingcheng, encendí dos cirios y pedí que aquel viaje siguiera siendo profundo en tantas cosas nuevas, mientras una monja leía un capítulo como un susurro saliendo de sus labios. Ella no se dio la vuelta, yo respiré profundo y bajé como en una nube hasta el patio central del monasterio. Ulka entraba en una pieza y saltaba de alegría. Ulka es una niña grande, monja taoísta, curiosa y desconfiada. O así era Ulka, si las fauces de la tierra la envolvieron junto a la montaña, hace un año exactamente.
©cAc-2008
Me pregunto qué ha sido de Qingchengshan, de sus monjes, de sus laboriosos aldeanos, de sus portadores, de la riqueza que guardaban sus templos y pabellones. Y a veces me pregunto, qué nos hubiera pasado si el sismo violento hubiera vomitado su furia mientras nos paseábamos por la montaña, y no unos días después de haber dejado el monte Qingcheng, dormido bajo el rocío.
Respuesta a Su Majestad que quería saber lo que había en la montaña (poema de Tao Hangjing):
Qué hay en la montaña?
Cumbres envueltas de blanco.
Ese placer es sólo para mí,
Yo no sabría ofrecérselo.
©calligraphie-carnetdvoyage-alix
Quién puede responder a nuestra inquietud un año después que Qingchengshan fuera borrada del mapa de Sichuan?
2 commentaires:
carlos, c'est un jour où j'ai presque l'impression de comprendre l'espagnol...
super.
merci Bern, j'ai pensé à nous tous en train de sillonner la montagne, à vous entourés des moines, d'Ulka, pendant que les traces d'encre soufflaient dans le monastère, j'ai pensé aux gents ensevelies sous les décombres...et j'écris tout ça, malheureusement en espagnol! merci encore!
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