Dos veces entré en la capilla romana de Le Castelas. La primera, ayer, cuando descubría Rochefort y sus callejuelas. Una de esas callejuelas, por casualidad, me condujo a la cumbre rochefortina. El sol iba descendiendo en su vuelo y los muros del recinto se avivaban con la luz en fuga. La puerta entreabierta, el espacio vacío agrandado por la desnudez. Saludé a viva voz y de entre los muros como un ángel salió una muchacha, con útiles de trabajo en sus manos. Y una segunda muchacha. Las dos, sin que yo pudiera adivinarlo, daban los últimos toques a la exposición que abriría al día siguiente. Gentiles, me invitaron a que descubriera el lugar y luego me invitaron a asistir a la exposición.
Como mariposas, las dos mujeres han aleteado entre los muros buscando penumbras y claroscuros capaces de dar una dimensión desconocida hasta ahora en la capilla. Del óculo antiguo a los muros, de los muros al cielo beige de la bóveda, de los frescos a los conos suspendidos, del rostro invisible a la visibilidad de una tristeza que mira entre los cuadrados transparentes cual pared descubierta a fuerza de luces…
Bien valdría la pena subir la cuesta y penetrar en el recinto, mientras el sol se encapricha en hacer penetrar la luz, que con una cadencia antigua se apodera de la técnica para engrandecer el espacio. Satisfecho dejo luces y piedras, después de haber saludado a las dos artistas, haber escuchado la presentación hecha por M. Vacaris, alcalde de Rochefort-du-Gard, intercambiado saludo con M. Pecoult, alcalde de Roquemaure y ahora les dejo una secuencia de fotos de la instalación concebida por la pintora rochefortina (Anne Saligann) y la artista plástica roquemorena (Estelle Moriconi).
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