mardi 28 juillet 2009

Le site de Gicon (pas loin de Chusclan)


©cAc-2009
Por un camino que pasa frente al cementerio y que atraviesa « las afueras » de Chusclan, se llega primeramente a las ruinas de la granja de Gicon, ahora acomodado para que los domingueros y amantes de pique-niques se sientan a sus anchas en la base del macizo rodeado de viñedos. Una cuesta serpentea los muros de la granja y a unos trescientos metros, escondida entre la vegetación, la Chapelle Sainte Madeleine, que fue la primera capilla carolingia erigida en la región en el siglo XIII. En lontananza Bagnol vestido de la bruma soporífera de la tarde.

©cAc-2009


El sitio de Gicon es lo que se conoce como una puntera de la excelencia rural. Para llegar a él, se deja atrás la capilla y la “ferme” remontando un camino piedras y polvo matizado de garriga, aunque menos seco que la que envuelve Roquemaure y Pujaut. Chusclan sigue perdido entre los viñedos. Un punto rojizo de tejados. Ni tan siquiera la torre campanario de su iglesia romana.
El sitio está enclavado a 236 metros de altitud y comprende el Château, que data del siglo XII, y la casa señorial, construida entre los siglos XII y XIII. Y aunque no es una altura soberbia, brinda un panorama que se extiende a vista de pájaro sobre cuatro antiguas provincias: Languedoc, Provence, Dauphiné y Auvergne. No hay mucho que contar, pero los ojos se nutren de una vista excepcional, y al cerrarlos, nos imaginamos todavía allí, en noche cerrada, abrazando el firmamento, porque desde un sitio como Gicon, todas las estrellas pueden ser nuestras en un abrir y cerrar de ojos.


©cAc-2009
Y como el Ventoux me persigue por cualquier paraje donde me pierda en la región, como un talismán se los dejo a manera de tarjeta postal.

©cAc-2009

Chusclan, su iglesia romana (St Julien de Chusclan)


©cAc-2009

Chusclan tuvo sus murallas y las desbordó al final del XIX. La viña daba prosperidad al pueblo, y todavía hoy lo mantiene activo. El macizo de Gicon la protege del viento, el Ceze le procura frescor y da rendimiento a sus tierras. El pueblo gira alrededor de su iglesia romana, construida entre el X y el siglo XI, encima de las ruinas de lo que fue un priorato benedictino. Iglesia parroquial hasta 1856, el edificio a conocido toda suerte de usos, desde trastero de la municipalidad, escuela comunal, vivienda del institutor hasta ser convertida en mediateca. Luego vino la esperada restauración. De la época romana sólo queda la fachada del campanario y la nave central. La huella de capillas agregadas puede verse aún. La torre cuadrada que sirve de campanario, incorporada en 1599, domina el conjunto. Como muchas otras iglesias que han sufrido el canibalismo de marchantes inescrupulosos del arte religioso, la puerta se mantiene cerrada fuera de las horas de culto. Pinturas murales del XIII al XVII que representan a San Julian y a San Emeterio, y de los cuatro fundadores de la iglesia, Agustín, Ambrosio, Benito y Gregorio, son expuestas en la mediateca del pueblo. En el vasto espacio de la iglesia, los muros estuvieron cubiertos de pinturas de Marnelli, y de Guilbert d’Annelles, dos maestros de la pintura aviñonesa. El tiempo no perdonó, y la conservación de las pinturas fue imposible. Saliendo del templo, amparado de la violencia del sol, caminamos buscando la salida hacia el castillo de Gicon.
©cAc-2009

Chusclan, pueblo de 14 arcos…




Haciendo caminos en la región, una placa de señalización me indicaba de cuando en cuando “Chusclan”. Pero Chusclan no es de esos pueblos que se perciben a lo lejos, ni por una torre campanario ni por colgados en un flanco de montaña. Seguíamos a lo íbamos y Chusclan quedaba lejos en la memoria. A mí se me antojaba “el clan de Chus”, tierra de clanes con poderes sostenidos por la vid. Y no estaba lejos de lo que inventaba mi imaginación. Chusclan fue habitado en la prehistoria por la tribu de los Caous, así que lo de clan estaba resuelto, pero hay más, el origen galo-romano nos indica “chaumes clan” como “reunión de chozas”, y si seguimos buscando, encontraremos otros orígenes, y no me retendré en ello.

Ya era final de la tarde y el pueblo vacío indicaba que allí la siesta se extiende hasta que el sol no de su último respiro. En la Riviera del Ceze, bañistas y pescadores imantados por la placa aplomada del agua. La “guinguette” dormida bajo la fronda de sauces y plátanos, será la referencia para volver otra tarde al pueblo, y tomarnos un Chusclan rosado bien fresco, como la cascada que corta al Ceze a la altura del priorato, del otro lado del río.

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dimanche 19 juillet 2009

Quartier lointain de Jirô Taniguchi

Otra BD que no ha escapado a mis momentos íntimos de lectura cuando el sueño se convierte en una búsqueda incesante de imágenes y barrios lejanos. Otra “manga” de Jirô Taniguchi para aplacar mi sed de samurái errante de este siglo por los recovecos extraños de un país moderno contado por un niño grande que no es más que un hombre niño. Tengo la costumbre de leer sin prisa las BD. Me invitan a entrar en sus páginas al revés, como las mangas originales, para crearme cierta sensación de confusión animosa, de sortilegio diseñado, de espíritu en blanco y negro. Y leí sin prisa Quartier lointain a mi regreso de la isla (la del Caribe, no la que se tambalea entre las aguas del mar del Japón!), que para ese regreso ya había sido comprado. El libro, cerrado, marcando con su cinta azul la página noventa y dos quedó como un talismán en mi mesa de noche. Hice maletas nuevamente, y a mí vuelta a la casa, casi a medianoche, al encender la lámpara de “mi lado”, sentí que me observaban. La casa en silencio. Las luces apagadas, y “mi lámpara” encendida. La luz incidía directamente sobre la cubierta del libro y rebotaba en tonos tenues como la imagen de fondo del barrio lejano desde el cual Hiroshi me miraba. Y como el insomnio se instalaba entre las cuatro paredes, saqué la cinta que marcaba la página 92, y pensé en mi padre. En el padre de Hiroshi, y otra vez en mi padre. En el verdadero padre de Hiroshi, perdido en la historia de la guerra, y su otro padre, aquel que lo abandonaba. Y volví a pensar en mi padre, al que yo “abandonaba” por esas cosas de la vida, de vez en cuando y de cuando en vez… Pensando en él, me fui quedando dormido, como cuando me sentía dar vueltas en la cama, y desde su cuarto me preguntaba, si yo quería que él me “echara un reza’o” para que yo pudiera encontrar el sueño.
Mientras duró mi “retiro” parisino, cada noche iba al encuentro de Hiroshi, trasladado como yo, a su barrio en Kurayoshi, situado en una región no lejos del mar del Japón. Menos cerca del mar, y aunque también, sí, no lejos del mar, mi padre miraba la gente pasar desde su sillón detrás de una reja en hierro forjada un año antes de su nacimiento. Fue un 19 de julio. Corría el 1917. Tuve la impresión que Hiroshi hablaba para mí, que me contaba sus cuitas, que hablaba de su padre y yo le contaba del mío, mirando la gente pasar detrás de una ventana protegida por una verja. Terminé por segunda vez la lectura de Quartier lointain, y lo dejé sobre la mesa de noche justo debajo de la lámpara.
Cuando hice la maleta conocedora del camino hacia el “verano”, y me disponía a cerrar la casa, volví a entrar, fui al cuarto, y volví a sentir la mirada melancólica de Hiroshi, como pidiendo que lo llevara conmigo, a cualquier lugar lejano, no lejos del mar. Tomé el libro en mis manos sin vacilar, lo eché en la jaba que porta las cosas “preciosas” e hicimos, para complacerlo, el trayecto de Tokyo a Kurayoshi, en el mismo shinkansen que lo trasladaría a su barrio lejano, más que nada, lejano en el tiempo.
Hiroshi y yo tenemos la misma edad. Él no conoció a su verdadero padre, y yo pasé años sin conocer al mío, aunque viviéramos bajo el mismo techo. Atando cabos he aprendido a explorar cada mirada anciana de mi padre y a partir de la luz que siempre tienen sus ojos verdes, he ido interpretando cada deseo, cada emoción, cada descalabro.
La biblioteca familiar desborda de libros. Lecturas no faltan nunca, y me aplico a leer dos o tres autores al mismo tiempo. Cada libro en proceso de lectura ocupa un lugar en la casa. Hay momentos de solaz para cada uno. Según canten las cigarras o baje el sol tiñendo de rojo la veranda. Y aquel otro libro que tiene el privilegio de cerrarse antes del tercer bostezo. La BD de Taniguchi, se instaló otra vez en esta otra casa, en esta otra mesa de noche, y por tercera vez, luego de otro regreso, he vuelto a pasearme con Hiroshi por las calles, ahora casi desconocidas de Kurayoshi.
Anoche cerré definitivamente la historia paternal contada en BD. Pero no la mía. Mi padre debería estar sentado a la mesa, comiendo, cuando yo cerraba el libro, y de manera expresa, lo marcaba con la cinta azul en la página noventa y dos. Para marcar los años que cumple mi padre, a esta hora del mediodía francés, cuando todavía el da vueltas en su lecho, esperando que llegue el momento en que todos le digamos, felicidades viejuco.

Izq.: El viejo Carlos a sus 90 años. Der.: En marzo del 2009.

vendredi 17 juillet 2009

Ida y vuelta a Pont Saint-Esprit.

La caminata nos ha incitado “à la découverte”. En los pueblos alrededor de Roquemaure, cada puesta de sol es una secuencia de colores insolentes y efímeros que se complacen en engañarnos a cada parpadeo. Dicen que los crepúsculos desde la iglesia Saint Saturnin y su puente medieval son un derroche de colores bañando las aguas del Ródano. Para llegar hacemos unos treinta kilómetros de carretera, pasando por Saint-Géniès de Comolas, L’Ardoise, Bagnol y Saint-Nazaire (otro que no es el conocido puerto bretón). Cuando llegamos al “malecón” que bordea al río ya es tarde y poco queda de esos reflejos hermosos del final de una tarde. Damos la espalda al puente, y con remordimientos fantasiosos aprieto el obturador por aquello de no perder una ocasión.

Camino entre lloviznas y recalmones








El verano se ha instalado sólidamente y el sol no pierde ocasión para recordarnos que es él el dueño de nuestras decisiones estivales. Saber cómo se comportará la meteó mañana, y pasado, y qué dicen los mapas para los próximos cincos días? Vientos de tramontana o el mistral que acecha…, el tiempo está de lluvia, -oigo decir a una señora de avanzada edad-, la meteó no lo ha dicho, pero los trenes de carga pasan lejos y se escucha su férreo paso como si estuvieran del otro lado de la casa (eso es un signo!),-se siente el olor fuerte de los alcantarillados, agrega la dama, sin quitar los ojos de su costura. Después del segundo signo expresado por la señora, el cielo se cubrió, y un aire fresco comenzó a descender a la tierra. El sol se escondió mucho antes del mediodía. Un silencio profundo fue ganando el espacio acústico controlado por las cigarras. Las ardillas también se escondieron. También lo hizo el pájaro carpintero que tiene cuartel general en un castaño y hasta las urracas levantaron el vuelo.
El tiempo está para una caminata, pensamos en voz alta, y sin pensarlo dos veces, enrumbamos a nuestro punto de partida, un claro en la garriga, donde nace un camino que de tanto, hasta con los ojos cerrados podemos hacerlo.
Cuatro gotas, un recalmón, seis gotas, otro recalmón, el cielo pintado a brochazos, las cigarras imperturbables, las mismas plantas y las mismas flores, u otras plantas y otras flores, en este día de julio, descalabrado el verano.