Se llamó Roca-Fortis durante setecientos veintidós años al cabo de los cuales, en 1891, cambia por el que porta actualmente: Rochefort-du-Gard. Es, en este pasible pueblo antiguamente protegido por murallas, que decidimos detenernos para sentarnos en un café frente a la Fontaine de l’ange y beber un una copa de blanco de la región. Una vez acabada la copa nos preguntamos si una segunda pero entonces no andaríamos el pueblo sino a cuatro patas y raudos nos levantamos de la mesa. Otro pueblo como tantos otros de la región, pero como todos, prestos a mostrarnos sus particularidades, sus callejuelas menos ricas más sombreadas y su patrimonio de cual sus habitantes están orgullosos.
El ayuntamiento está situado desde 1825 en la otrora Chapelle St-Joseph, edificada en 1734, por Pierre Palejay, un notable de Roca-Fortis. La Capilla se construyó para remplazar la vieja iglesia, vetusta y a la que se debía acceder por una cuesta. Frente al ayuntamiento, una fuente rehabilitada muestra el frontón de la antigua y única fuente con que contaba el pueblo, antes de poner en marcha las obras de canalización provenientes de los manantiales de Vaujus hacia 1821, que será el preámbulo del acueducto de Signargues.
©2009-cAc
La iglesia, que parece una catedral en talla reducida, tiene cierta elegancia por su estructura aguda y su fachada ornamentada de esculturas. Fue construida en 1849. El interior es remarcable con sus tres naves, la bóveda principal apoyada en doce columnatas que terminan en aretes finamente trabajados. Pórticos, columnas, ventanas en forma de rosetones, altares en mármol al final de las naves y pinturas de las doce estaciones de la Pasión dolorosa. La ebanistería del púlpito es una verdadera obra maestra.
La iglesia, que parece una catedral en talla reducida, tiene cierta elegancia por su estructura aguda y su fachada ornamentada de esculturas. Fue construida en 1849. El interior es remarcable con sus tres naves, la bóveda principal apoyada en doce columnatas que terminan en aretes finamente trabajados. Pórticos, columnas, ventanas en forma de rosetones, altares en mármol al final de las naves y pinturas de las doce estaciones de la Pasión dolorosa. La ebanistería del púlpito es una verdadera obra maestra.
Y como nos queda todavía subir la cuesta del camino rural de Castellas, nos tomamos un reposo en el magnífico lavadero público de Rochefort-du-Gard.
Y como por obra de encantos, el Ventoux vigilante detrás de los tejados rochefortianos.
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