Aprovechando una tregua del mistral, me fui en bicicleta a un pintoresco pueblito no lejos de Roquemaure. La tarde iba en caída y el sol seguía alto. Las nubes, barridas por el viento, no asomaban por ninguna parte. Dejé Roquemaure en dirección a la isla de Miémart y pedaleé sin hacer pausas hasta la calle de Montfaucon donde se yerguen uno frente al otro, los dos edificios principales del pueblo, la iglesia, construida en 1841, y el ayuntamiento. El ayuntamiento, si no fuera por las banderas de la Unión Europea y la francesa, pasaba por una demora familiar, estructura cuadrada, con sus ventanas y contraventanas verdes orneadas con piedra de talla de la región.
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El sitio donde se levanta Montfaucon existe desde el neolítico. La leyenda cuenta que Aníbal, el célebre cartaginés, atravesó el Ródano cerca del actual puebloMontfaucon se reconoce desde lejos por su castillo, encaramado en el macizo rocoso de Saint Maur. El castillo feudal y fortaleza, fue edificado en el siglo XI, y por su ubicación en la rivera del Ródano, asumía el control del tráfico fluvial e imponía los derechos de pasaje. En el XVI, una gran parte del castillo fue destruido y más tarde restaurado y ampliado por el Barón Louis de Montfaucon, quien en memoria de su madre, Agatha Clavering, le otorga un toque de estilo escocés, único en Francia por su forma triangular.
El sitio donde se levanta Montfaucon existe desde el neolítico. La leyenda cuenta que Aníbal, el célebre cartaginés, atravesó el Ródano cerca del actual puebloMontfaucon se reconoce desde lejos por su castillo, encaramado en el macizo rocoso de Saint Maur. El castillo feudal y fortaleza, fue edificado en el siglo XI, y por su ubicación en la rivera del Ródano, asumía el control del tráfico fluvial e imponía los derechos de pasaje. En el XVI, una gran parte del castillo fue destruido y más tarde restaurado y ampliado por el Barón Louis de Montfaucon, quien en memoria de su madre, Agatha Clavering, le otorga un toque de estilo escocés, único en Francia por su forma triangular.
Pintoresco, pero nada excepcional. Una calma casi absoluta, el sol bañando los muros de sus viejas casas, las contraventanas entreabiertas; y por ser domingo los comercios cerrados, pero el bar a la entrada del pueblo abarrotado de parroquianos bebiendo pastises. Di la vuelta a Montfaucon y descubrí enormes plantaciones de cactus espinosos. A falta de puentes levadizos, nada mejor que los cactus para contrarrestar supuestas invasiones. El castillo no se visita.
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No obstante, subí la colina y miré la torre escondida entre los árboles. Voces de niños detrás de los muros del castillo. Seguramente los nietos del Barón. Vacilé entre hacer el mismo camino de vuelta o buscar otra salida. La rue du château estaba a mi derecha. Una cuesta bordeada de otras también viejas casas. Nadie en la calle, salvo el sol clavando sus últimos rayos. Busqué la salida del pueblo. Pasé frente al bar. Dos manos me saludaron y respondí a la gentileza. Me hubiera bebido un pastis. Pero la ruta sombreada con los platanes me satisfacía igual.
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