vendredi 18 avril 2008

Viaje a la cuna del Taoïsmo

Cuando era niño, el Atlas de Kienast & Bertrand editado por Delagrave en 1968 me cayó en las manos como una bendición. Yo viajaba de una ciudad a otra, de un continente a otro, teniendo como único medio para trasladarme la impetuosidad con que volteaba las páginas. Así logré hacer mi imaginario viaje a Egipto que más tarde me ayudaría a escribir a los trece años “Por los caminos del antiguo Egipto”, relato que me valió un premio de composición en la escuela secundaria. Pero las páginas más ajadas del atlas eran las de Asia. Por aquella época, la guerra en Vietnam me hundió en el mapa de la península de Indochina y yo iba de las noticias de los periódicos a la búsqueda del puerto de Haiphong para luego internarme en el país y llegar a Dien Bien Phu. Recuerdo que una tarde, mientras los muchachos del barrio jugaban a la pelota, yo revisaba el atlas sentado en el quicio de la puerta y una vecina le dijo a mi madre que me llevara a la consulta de un psicólogo antes que yo terminara en Mongolia, y cual no sería su sorpresa, cuando yo levanté la cabeza y le dije que no hacía falta, que en ese mismo momento yo estaba entrando en Ulan Bator.
Sin embargo, el mapa al que más vueltas le daba, era aquel de la China. China en 1914 sin el Tíbet y sin el Turkestán. China en 1939, todavía sin anexarse el Tíbet pero ya habiendo anexado el Turkestán y bautizándolo Sinkiang. La China popular de Mao, de banderas rojas y consignas, de donde venían aquellos juguetes con un olor a nuevo muy característico, y que descubro cada vez que regreso a casa de mis padres, cuando abro los armarios donde duermen mis juguetes de infancia. La China extensa, inimaginable, de enormes ríos, de pagodas y de subyugantes estilos de caligrafía…
Luego fui descubriendo que en muchas esquinas de Santa Clara, las bodegas eran de familias chinas largamente instaladas en la ciudad. En efecto, en el siglo XVI llegan los primeros chinos a la Isla, y al respecto existen protocolos notariales. Sin embargo, no es desde mediados del XIX que adquieren el status de grupo social, cuando se produce la emigración masiva de la población china hacia Cuba. La Guerra del Opio y la rebelión de Taiping se hicieron sentir en el sur del país. Es por ello que Cantón aportó la mayor cantidad de emigrantes culíes a Cuba. Los primeros inmigrantes chinos llegaron en 1847, destinados a ser el relevo de los esclavos africanos, sólo que en calidad de “colono contratado”. Estos contratos por ocho años eran simplemente una forma legal para ocultar la esclavización a la que fueron sometidos. Los chinos que fueron ubicados en La Habana, comenzaron a trabajar en las fábricas de tabacos y cigarros y en el servicio doméstico. Algunos fueron contratados para trabajar en los ingenios azucareros y en los ferrocarriles. El resto de los inmigrantes, que fue la mayor parte, fue trasladado a los campos para trabajar en las plantaciones de café, caña y tabaco. No pocos chinos se suicidaron cansados de los castigos y el maltrato. Otros se refugiaron en el monte, convirtiéndose en cimarrones que más tarde se unieron a los mambises durante las guerras de independencia. Al término del contrato, pocos lograron la libertad prometida y los que la obtuvieron se dedicaron a la agricultura menor y como cocineros. Una nueva inmigración china ocurrió a partir de 1865, ésta vez, de manera espontánea. Con un nivel de vida diferente, estos chinos procedían de California y llegaron al puerto de La Habana después de haber atravesado México o embarcado en el puerto de Nueva Orleáns. Llegados por su cuenta y libres, los nuevos inmigrantes impulsaron la actividad comercial iniciada por sus antecesores. Los chinos se instalaron en todos los pueblos y ciudades de Cuba. La Habana vio nacer uno de los barrios chinos más prósperos y dinámicos de todo el continente americano.
Los que nacimos en el 60, no pudimos apreciar más que ruinas de una huella china esplendorosa.
La desaparición de los pequeños comerciantes después de 1959 trajo consigo la desaparición de aquellas bodegas. Muchas fueron intervenidas y expropiadas y algunas familias se quedaron a vivir al lado o al fondo del comercio. Otras bodegas fueron cerradas por los chinos y en un santiamén convirtieron el negocio en inmueble de habitación.
Los chinos de Santa Clara hicieron su comunidad en un área bastante reducida, en las calles Villuendas, Padre Chao, Alemán, Marta Abreu y en la calle Juan Bruno Zayas donde radicaba el Consulado y una asociación de residentes chinos. Los comercios y las bodegas implantadas en las esquinas, siempre me llamaron la atención. Años más tarde, viviendo en el 114 de la calle Trocadero, en Centrohabana, me percaté que en los alrededores existían tintorerías y lavanderías donde los empleados eran todos chinos.
Yo miraba con curiosidad los establecimientos cerrados de la calle Zanja y las abandonadas farmacias de hierbas y ungüentos chinos, los estantes vacíos de La Pekinesa y la sede del único periódico chino que sobrevivió a las intervenciones revolucionarias. Fui adicto del restaurante Pekín de 23 y 12, muchas veces calmé mi hambre juvenil en el Asia de La Víbora.
Cuando El Pacífico reabrió sus puertas no vacilé en saborear las maripositas chinas en salsa agridulce, y chop-suey de cerdo acompañado de arroz a la cantonesa. La Habana trata de recuperar su barrio chino y ha logrado cierta activación apoyándose en los más jóvenes cuyas familias les trasmitieron la cultura de sus ancestros, hábitos y costumbres. Santa Clara también lo ha intentado sin lograr avances en ese sentido.
Nunca tuve amigos de origen chino, pero si traté a muchos y me codeé con ellos en la escuela, como aquella mulata-china de apellido Chong que era hermosísima o los hermanos Wong, y luego en los centros donde trabajé. Con Chang el santiaguero compartí mis vacaciones en Bulgaria en 1974. La china Wong, bibliotecaria majadera y de sagrado carácter me enseñó las astucias para organizar información en aquellos tiempos que todo se hacía a mano. Con la china Lee, profesora de psicología en el instituto donde yo trabajaba, pasamos tardes enteras de tertulia, hablando de literatura, pintura, ballet, y otras tardes nos escapábamos para ver alguna novedad en Bellas Artes, en la Pinacoteca de la Plaza Vieja o ver los filmes del festival del nuevo cine latinoamericano.
En Paris, he podido acercarme a China de mil maneras. Disfrutar de las festividades del Nuevo Año Lunar, de la excelente cocina regional tanto en Belleville como en los restaurantes a lo largo de la avenida de Choisy o manifestar junto a disidentes chinos por los derechos humanos.
Como otros tantos viajes, éste lo estábamos marinando en tinta china desde hace tres años. Primero aquellos indescifrables ideogramas y luego las sesiones de pintura de la mano de Ho Ya-Luan. La locomotora de vapor que es mi mujer en eso de arrastrarme a lo desconocido hace como de costumbre, va, explora, toma notas, hace algunos bocetos y una buena cantidad de fotos. Regresa llena de inspiración y sobretodo llena de proyectos. Así pasó regresando de los venerados paisajes de “montaña y agua” en el macizo de Huangshan, con sus pinos centenarios y sus cumbres majestuosas caras a poetas y pintores.
Heme aquí, a punto de partir por Pekín, emprender la ruta por Sichuan, a dos pasos del Tibet, quizás todavía cerrado a los ojos curiosos del mundo. Yo me contentaré de seguir algunos de los caminos que Ma Jian nos relata en Chemins de poussière rouge.

mercredi 16 avril 2008

Los avatares del peso cubano (III)

En 1934, el oro pierde su posición de patrón monetario y su lugar lo ocupa la plata que tendrá fuerza liberatoria ilimitada. Los primeros billetes, designados como certificados de plata, son emitidos por el United States Bureau of Engraving and Printing. La economía entró en una fase de reanimación a mitad de la década del 30, y fue en ascenso durante el segundo conflicto bélico mundial de 1941 a 1945. El incremento de las operaciones de crédito estaba relacionado, por un lado a la industria azucarera y de otro lado a las importaciones, cuyo comercio hizo resurgir la banca privada nacional. Nótese que en el año 1941, de las diez entidades bancarias de importancia que operaban en Cuba, cuatro eran nacionales y seis foráneas.
El Fondo de estabilización de la moneda fue creado en 1939. La institución velaría por la estabilidad del cambio frente a la problemática que surge por la paridad monetaria entre el dólar y el peso cubano. Tanto una como la otra cumplían su función de “dinero”, aunque evidentemente, el peso pasaba a una segunda posición ante sorpresivos desequilibrios de la economía nacional y por su incapacidad para cumplir su función monetaria en la bolsa internacional. El Fondo centraba sus funciones en dos direcciones, la primera, regular el cambio exterior, y la segunda, atender las obligaciones de la deuda externa. Para ello, la institución estableció que los exportadores obtendrían en plata el monto de 1% de las ganancias obtenidas en moneda fuerte (dólar). Este trueque permitiría al gobierno cubano pagar parte de la deuda externa de la nación.
La no existencia de un banco central regulador y flexible en sus relaciones con el sistema bancario, agravaba la inestabilidad del mismo, del sistema de créditos y aumentaba la dependencia económica. El proceso de creación de un banco central, iniciado en 1914, encontró todo el sostén en la Constitución de 1940. La constitución consignó al Estado como regulador y fiscalizador de la moneda y de la banca. Así mismo, el Estado tenía el encargo de fundar la entidad bancaria central: el Banco Nacional de Cuba. La Ley N° 13, creadora del banco central, fue aprobada ocho años después, el 23 de diciembre de 1948.
El Banco Nacional de Cuba comenzó sus operaciones en 1950, teniendo la misión de ejercer como órgano emisor de la República, ejercer su autonomía orgánica, con personalidad jurídica independiente y patrimonio propio. El Banco Nacional de Cuba al iniciar sus funciones como entidad bancaria central, operaba con unos cincuenta bancos comerciales y más de 200 sucursales. Las principales operaciones de préstamos se ejercían en la industria azucarera y el comercio de importación, y en sus comienzos, se efectuaron depósitos que casi alcanzaban los 700 millones de pesos.
En la década del 50 muchos bancos e instituciones financieras fueron creados al amparo del banco central, entre los cuales sobresalieron el Banco de Fomento Agrícola e Industrial de Cuba (BANFAIC, 1950), el Fondo de seguros de Depósitos Bancarios (1952), la Financiera Nacional, S.A. (1953), el Fondo de Hipotecas Aseguradas (1953), el Banco Cubano del Comercio Exterior (1954) y el Banco de Desarrollo Económico BANDES, 1955). Cabe recordar, que en 1953 fueron desmonetizados los certificados de plata.

mardi 15 avril 2008

La Casa de Cuba en la Ciudad Universitaria de Paris

Entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la paz que se instaló estuvo marcada por grandes cambios en la correlación de fuerzas internacionales, el nacimiento de nuevas ideologías y el desarrollo de los progresos tecnológicos. En 1920, el ministro francés de la instrucción pública, André Honnorat, presenta el proyecto de construcción de una residencia para estudiantes de todo el mundo. Con el apoyo del mecenas e industrial alsaciano, Émile Deutsch de la Meurthe, la primera residencia estudiantil abre sus puertas al comienzo del año escolar en 1925.
Durante el congreso cubano de medicina, en 1921, el doctor Presno, presidente de la Academia de Ciencias de Cuba, a través de un voto, logró el apoyo unánime para la creación de una Casa de Cuba en la ciudad universitaria de Paris.
Se crea entonces la Fundación Abreu de Grancher, gracias a una donación de la cubana Rosa Abreu y de su marido, el profesor de origen francés, Joseph Grancher. El objetivo de la fundación era ofrecer una casa que pudiera acoger a estudiantes cubanos. La Casa de Cuba, abierta en 1932, fue concebida por el célebre arquitecto Albert Laprade[1].

El edificio que alberga la Casa de Cuba, situado en el 59ª del boulevard Jourdan está ornamentado de escudos a relieve.


El escudo de la República de Cuba, puede verse en la parte más alta del frente del edificio, y escoltándolo, a cada lado de la puerta principal, el escudo de cada una de las seis provincias de Cuba en ese momento: Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Santa Clara, Camagüey y Oriente.
La Casa de Cuba es administrada actualmente por la Cité Internationale. La Fundación se encarga de las 81 habitaciones, de las cuales, cuatro están concebidas para matrimonios sin hijos, todas equipadas de cuarto de baño individual, línea telefónica privada y un refrigerador. Disponen los residentes de la casa, de dos cocinas, un lavadero, una sala de televisión y una sala de informática.

El salón principal de la casa funciona como sala de estudio, de lectura y de descanso. Todo el mobiliario de la casa es el mismo desde sus orígenes, muebles fabricados en caoba por ebanistas cubanos.

[1]El arquitecto Albert Laprade (1883 – 1978) tuvo a su cargo, entre otras obras prestigiosas, como el desaparecido museo de artes de África y de Oceanía de la porte Dorée de Paris, la reconstrucción de los centros históricos de importantes ciudades francesas.
Para los apasionados de arquitectura, la editorial Kubik ha publicado “Les carnets d’architecture d’Albert Laprade”, un periplo por el patrimonio arquitectónico de la vieja Francia.


lundi 14 avril 2008

Passé et présent du « bohío » dans l’évolution rurale et urbaine à Cuba

Communication présentée au Premier congrès du GIS Amérique latine
Rencontre pluridisciplinaire des latino-américanistes de France
FLASH – Université de La Rochelle, 3 et 4 novembre 2005

Afin de parler de la mémoire de notre habitat traditionnel, nous devons nous situer au sein d’un vaste territoire qui réhabilite la mémoire que nous ont léguée les indiens cubains au travers des colons espagnols.
Les changements sociaux à Cuba, depuis la colonisation jusqu'à nos jours, ont déterminé l’évolution de l’urbanisme. Cependant, ces changements n’ont pas réussi à effacer l’héritage indigène. Cette hypothèse est établie après avoir constaté l’évolution de l’habitat indien qui s’est transformé jusqu’ à constituer l’habitat traditionnel des paysans cubains.
L’histoire de l’urbanisme à Cuba est habituellement divisée en trois époques. Tout d’abord l’étape coloniale, puis celle apparue avec la naissance de la République en 1902 et qui se prolonge jusqu’en 1959. Et enfin l’étape révolutionnaire, toujours d’actualité.
Les indiens de Cuba, au dire des conquistadors, n’étaient pas tous semblables. Les indiens du sud de la province de Pinar del Rio étaient, au dire des Espagnols, moins “civilisés” que les indiens de la partie orientale du pays. Les habitants de la partie occidentale de l’île, de culture rude et primitive “ne possédaient ni village, ni maison, ni même d’emplacement fixe[1].” Ce qui traduit leur appartenance à une culture paléolithique qui fut appelée la culture ciboney ou également guanajatabey.
L’absence de trace de ces populations ainsi que les témoignages écrits des conquistadors démontre que les ciboneyes ne construisaient aucun type d’habitat.
Dans la partie orientale du pays, vivaient des indiens qui avaient envahi le reste de l’île et qui utilisaient les autres indiens et entre autres les indiens ciboneyes comme main-d’oeuvre. Ces indiens appartenaient à une culture néolithique qui fut identifiée comme étant la culture taïna. Les taïnos étaient un peuple d’immigrants provenant des îles Caraïbes. La découverte de sites archéologiques nous montre que ces indiens s’établissaient sur des terrains fertiles, généralement surélevés et proches de points d’eau. Ces emplacements se composaient d’habitats spacieux, soignés, d’une construction relativement simple. C’était en général des habitations communes qui pouvaient accueillir jusqu’à une vingtaine de personnes. Ces habitations s’appelaient bohío, bajareque, caney et barbacoa.
Le bohío[2] était tracé sur un plan rectangulaire, le toit surélevé reposait sur deux colonnes de la partie antérieure qui servait d’auvent. Sur la partie frontale du bohio une entrée basse en permettait l’accès à ses habitants et sur les cotés, des ouvertures étaient emménagées afin de laisser pénétrer la lumière. Il existait également des bohíos de grandes dimensions appelés bajareque[3].
Le caney[4], était lui, tracé sur un plan polygonal et possédait un toit conique. Ce dernier reposait sur les poteaux et les parois, ce qui ne permettait pas la construction de porches comme pour le bohio. Une des parois était percée d’une entrée très basse. Les dessins de l’époque ne la conquête de laissent voir aucune autre ouverture.
La barbacoa[5] était l’équivalent d’une hutte construite sur pilotis ou logée dans un arbre, principalement destinées à la conservation des fruits et du maïs. La barbacoa occupe un espace particulier dans la mémoire cubaine. Si la fonction initiale s’est perdue, emmagasiner les récoltes à des fins de conservation, il s’est transformé en chambre supplémentaire pour les familles en manque d’espace. Dans tous les appartements des grandes villes on a construit des barbacoas. Les plus fameuses sont celles de La Havane et de Santiago de Cuba, deux villes qui connaissent un taux de surpopulation important principalement dans les quartiers de la vieille ville.
L’armature de ces quatre types de constructions était constituée de fourches de bois dur et le palmier était utilisé comme matériau pour le toit et les parois. La structure de ces habitations était soutenue par des cordes en fibre de palmier ou par des lianes provenant de plantes diverses.
Aujourd’hui le mot bohío a une acception usuelle mais quelle en est la définition de l’académie de la langue?
- Bohío : (voz americana) m. Cabane d’Amérique, faite de bois et de branches, de roseaux ou de paille sans autre ouverture que l’entrée.
Si l’on en croit l’anthropologue cubain Fernando Ortíz dans son glossaire d’afronégrisme dans lequel il cite Léo Wiener, le mot bohío est d’origine africaine et plus exactement mandiga. Dans la langue vei boi est une maison, bong est une maison en mandiga, bungo en kabunga, bo en toruka, bun et bong en bambari. Et Wiener pense que ce vocabulaire des langues mandé et mandiguas sont dérivés de l’arabe bait - maison[6].
Mais ces explications sont douteuses car il faut se souvenir que le bohio était l’habitat indigène, donc antérieure à l’arrivée des différentes communautés africaines et que le mot provient plutôt de la langue arahuaco, qui était la langue des indigènes. De plus, si le bohío est un habitat effectivement simple et modeste il est, contrairement à la définition toujours aménagé de plusieurs ouvertures. Il suffit pour s’en convaincre d’observer les espaces entre les parois et le toit.
Les espagnols, en s’installant dans l’île entre 1492 et 1512 créent les “villas” et commencent par construire leurs habitations à l’image de celles des indigènes. Des trois types de constructions, c’est le bohío qui va prédominer durant tout le XVIe siècle. Ensuite, ces mêmes Espagnols, s’installent dans les campagnes et initient une politique agraire. De la même façon, c’est le bohío qui va constituer l’habitat rural, il est idéalement adapté au climat et le matériau pour sa construction se trouve librement dans son environnement immédiat.
Une nouvelle étape est franchie vers 1580 avec l’arrivée des esclaves noirs, venus remplacer la main-d’œuvre indigène en voie d’extermination. Apparaissent alors de nouvelles formes de logement dans les centrales sucrières. En effet, les colonies d’esclaves étaient parquées dans de grandes baraques ou barrracones, à l’écart de la maison principale, de style colonial, qui abritait le propriétaire, (el amo), et le personnel blanc, c’est à dire le contremaître et sa famille. Il faut préciser qu’avant l’arrivée massive d’esclaves noirs et leur entassement dans les barracones, lorsque leurs communautés étaient encore peu nombreuses, ils pouvaient jouir d’une certaine liberté qui se reflétait dans la possibilité qu’ils avaient de vivre dans un bohio.
Les barracones étaient des bâtiments longs et étroits, aux parois en pisé, avec un toit très bas, sans autre ouverture que les deux entrées à chaque extrémité, ce qui en faisait des bâtiments particulièrement obscurs.
Un autre phénomène intéressant est celui des esclaves cimarrones, c’est à dire des esclaves en fuite qui deviendront bientôt le cauchemar des colons. Ces fuyards se réfugiaient dans des sites montagneux et construisaient leurs abris dans les arbres, les palenques, pour se protéger de leurs poursuivants, les rancheadores. Ces constructions ont disparu sitôt ce phénomène éradiqué par les colons. Cependant, les barracones ont survécu à l’esclavage. Ils ont bien évidemment changé de fonction et ont évolué jusqu’à se transformer en habitat destiné aux populations les plus démunies, et ce, non seulement dans les centrales sucrières, mais aussi dans les quartiers pauvres des villes et villages. Dans la première moitié du XXe siècle, les familles les plus pauvres étaient obligées de vivre dans des barracones compartimentés en studios, avec des conditions d’hygiène déplorables. D’autres exemples de la survivance des barracones, celui des « baraques » destinées aux réservistes ou les « auberges » qui logent des familles dont les maisons ont été déclarées insalubres.
La société cubaine a vu son évolution s’accorder au développement de l’industrie sucrière. Les progrès se sont fait sentir en milieu urbain et en milieu rural. Les quelques rares indigènes qui avaient survécu, les Espagnols et les noirs venus d’Afrique ont donné naissance à un métissage qui est aujourd’hui encore, la mosaïque de la nation cubaine.
Pendant que les “villas” se transformaient à la fin du XVIe siècle en villes et en villages, les constructions qui s’imposaient étaient faites de murs de brique et de toits de tuiles. Le badigeon était soutenu par des châssis de bois. Ces maisons étaient à l’origine assez basses, les murs en étaient légers et le coût moindre.
Le progrès rural à cette même époque a consisté dans le développement de fabriques (ingenios) et de plantations de tabac ainsi que de scieries pour la fabrication de bateaux. Malgré ces changements, l’habitat rural n’évolue pas. Le bohío de l’indigène se construit toujours à l’identique avec plus ou moins d’aménagements. Le bohío demeure l’habitat traditionnel des paysans qui travaillent la terre pour le compte des Espagnols, des journaliers, des cultivateurs pauvres, des fermiers mais aussi des créoles riches. Les propriétaires fonciers, les propriétaires de centrales sucrières et les riches éleveurs commencent, eux, à édifier des maisons confortables avec de nouveaux matériaux plus solides.
Toute la campagne cubaine pendant des siècles, a été parsemée de bohíos. Tout autour des villages, le long des routes, dans les quartiers pauvres, le bohío, avec la grâce de sa simplicité est l’élément primordial de l’habitat cubain.
Durant les guerres d’indépendance, la première en 1868, et la seconde entre 1895 et 1898, les champs et les plantations furent incendiés. Mais les bohíos se sont accrochés au paysage afin de retrouver leurs habitants une fois la guerre terminée. Il faut signaler que durant le “regroupement de Weyler”[7], à partir du 21 octobre 1896, la campagne demeura déserte à cause de la concentration obligatoire des paysans dans les villages afin d’éviter que les mambises ne bénéficient de leur aide.
L’indépendance en 1898 et la naissance de la République en 1902 ont apporté leur lot de changements. L’industrie sucrière développa de nouvelles centrales et de nouvelles fabriques (ingenios), et avec elles apparaissent les bateyes. Le batey[8] est le centre, l’âme, d’une fabrique (ingenio) ou d’une centrale sucrière. C’est un espace ouvert autour duquel se construisaient les maisons des ouvriers, employés et administrateur. Ils n’ont pas disparus aujourd’hui ayant généralement survécu à la politique de fermeture de ces vieilles industries sucrières.
Le bohío lui, loin de tout progrès, résiste avec la modestie de ses matériaux.
Les gouvernements successifs, loin de se préoccuper des conditions de vie de la population laissèrent pourrir une situation déjà précaire, celle du logement. Cependant le problème était moins aigu dans les villes qu’à la campagne. Le paysan n’était pas propriétaire, il travaillait pour des colons qui l’exploitaient et l’expulsaient au gré de leurs besoins, brûlant au passage leur modeste demeure, le bohío, qui, dans sa fragilité, représentait bien la précarité et la rudesse de la vie des paysans.
En 1953, un recensement[9] concernant le logement, montre que 63% des habitations rurales sont composées d’une combinaison de divers matériaux comme la yagua (feuille du palmier), de guano et de bois de diverses provenances. Le sol est généralement de terre ou recouvert de sacs de jute. 95% de ces habitations ne possèdent ni bain ni douche; les latrines sont à l’extérieur et font, parfois, office de douche. A cette époque, l’électricité ne couvre pas encore l’ensemble du territoire et la grande majorité des habitations rurales en sont dépourvues.
Au cours du jugement de Fidel Castro suite à l’assaut de la caserne de la Moncada, toujours en 1953, ce dernier dénonça la situation du logement dans son ensemble. Cette critique se convertit non seulement en une condamnation du régime mais en un thème majeur de la propagande révolutionnaire qui prétendait résoudre ce problème d’une façon définitive.
C’est en 1959 qu’ont été promulguées les lois qui vont changer le paysage de l’habitat autant urbain que rural, la loi de la Réforme Urbaine et la loi de Réforme Agraire. Avec l’entrée en vigueur de ces deux lois, sont entrés en action des plans qui ont concerné non seulement l’accession à la propriété mais également l’évolution de l’habitat.
La Commission Nationale des Logements Ruraux a été créée durant les deux premières années de la Révolution. Cette commission avait pour objectif d’éradiquer les habitations misérables appelées bohíos. A cette fin, la commission met en chantier plus de 200 aires de construction dans tout le pays. Cette commission est à l’origine de la création d’un nombre important de villages agricoles, qui remplacent les bohíos par des logements sociaux regroupés en bâtiments identiques, modifiant ainsi totalement le mode de vie rural[10].
De cette façon, le paysage rural traditionnel se trouve menacé de disparition. A partir du moment où l’on décide de la disparition du bohío, c’est la mémoire d’une culture traditionnelle en matière d’habitat mais aussi une culture artisanale qui se trouve entamée.
La substitution des bohíos par des “logements adéquats” n’a pas pu être réalisée avec l’ampleur initialement prévue. Tout d’abord parce que les ressources dont disposait le gouvernement ne permettaient pas de transformer 63% des logements ruraux ou d’améliorer les services d’hygiène des 95% d’entre eux. De plus, il fallait financer la construction des communautés rurales. Ensuite parce que d’autres problèmes de logement se présentaient aussi dans les villes auxquels il fallait faire face. La construction de villages agricoles que l’on a appelé plus tard “communautés rurales”, a eu pour conséquence de provoquer un exode rural vers les espaces urbains.
Retenons quelques faits :
A partir des années 1940 s’opère une forte migration des paysans vers les villes. Il faut rappeler qu’à cette époque, on observe une dégradation importante des conditions de vie à la campagne.
Dans les années 1960, on construit des communautés[12] destinées aux paysans de la zone montagneuse de l’Escambray qui avaient coopéré de façon très active avec l’armée des volontaires qui s’opposait au gouvernement révolutionnaire.
Dans les années 1970, on construit les fameuses “communautés rurales[13]” qui vont regrouper des paysans qui vivaient dispersés sur des territoires espacés. Ces communautés se composent d’immeubles de 3 ou 4 étages comprenant de 18 à 24 appartements. Le paysan reçoit, clé en mains, un appartement meublé et dispose d’un confort parfois difficile à obtenir en ville.
En analysant les recensements des années 1970 et 1981, on observe que la population rurale diminue considérablement. Quelles raisons trouver à ce phénomène alors que les lois de Réforme Agraire et les différents plans pour le logement prévoyaient d’améliorer considérablement la vie des paysans qui vivaient dans des bohíos misérables?
En remplaçant les bohíos par des immeubles, en regroupant les paysans qui avaient pour coutume de vivre sur leur parcelle, le paysage cubain subit une transformation magistrale. Mais ce n’est pas seulement une atteinte à la mémoire et aux traditions rurales, ça l’est également envers le mode de vie du guajiro (paysan). Au lieu de s’asseoir sur le tabouret tapissé de peau de chèvre que le guajiro adossait au mur en bois de palmier pour fumer un cigare en fin de journée, le paysan s’assoit maintenant sur une chaise sur un balcon qui ne lui offre d’autre vue que son voisin de l’immeuble d’en face.
Du bohío à la maison en béton armé[14].
En 1984, avec la possibilité qui leur est offerte de vendre leur produit sur les marchés appartenant à l’état, beaucoup de paysans qui ne vivaient pas dans les “communautés rurales” décident de construire leur propre maison, la mode de l’époque étant alors le style “chalet”. Le seul “progrès” de ce type de construction est d’être construit en brique et en ciment, le toit est constitué d’une plaque de béton armé et les fenêtres sont des persiennes. Bien sûr ces maisons sont plus solides que le bohío, mais elles sont tout à fait inadéquates pour le climat chaud et humide de Cuba.
De la maison en béton armé (placa) au bohío.
Cette chaleur si difficile à supporter et le désir de vivre indépendants pousse les enfants des paysans à construire, dans un rayon familial et donc sur la même parcelle, un bohío, dans la plupart des cas un « conuco » concédé par le chef de famille, et de s’y installer, réhabilitant ainsi un certain mode de vie. Il faut préciser qu’actuellement, cette démarche n’est pas faite dans le but de récupérer une mémoire qui se perd, mais plutôt de résoudre le problème du logement aujourd’hui si aigu à Cuba.
Il serait bon de pouvoir remonter à la source de notre étude et en partager l’intérêt avec les protagonistes. Discuter dans le salon triste d’un appartement d’une “communauté rurale”, ou dans le salon d’une maison de placa, suffocant de chaleur, ou bien assis “à la fraîche” sous un arbre d’avocat, planté derrière le bohio, entourés de poules et un chien couché à nos pieds.
Chaque acteur social pourrait alors évoquer pour nous un passé et un présent, riche et pauvre à la fois, mais de toute façon nécessaires à la compréhension de ce qu’est la mémoire de l’habitat traditionnel cubain.
L’habitat traditionnel de Cuba, comme nous venons de le voir, a résisté aux assauts du temps comme aux conceptions architecturales modernistes, ou aux politiques erronées de conception de l’habitat qui n’ont tenu compte ni des traditions populaires ni d’un mode de vie adapté aux conditions du pays.
Mais la maison traditionnelle paysanne a été réhabilitée par des personnes qui ont reconnu en elle un héritage transmis d’une façon spontanée de génération en génération. C’est aussi un culte à la mémoire qu’expriment des traditions artistiques populaires comme la poésie (« décima » et « improvisation »), la chanson (le « son montuno »), la littérature, la peinture, la sérigraphie et plus récemment le cinéma.

[1] Fernando Portuondo, Historia de Cuba hasta 1898, Editora Universitaria, La Habana, 1965.
[2] La représentation la plus exacte d’un bohío est celle exécutée par Fernández de Oviedo dans Historia general y natural de las Indias, islas y Tierra-Firme del océano, Madrid. Selon lui, les deux Espagnols qui furent envoyés dans l’île lors du premier voyage de Colon, avaient observés que les bohíos pouvaient loger jusqu’à 20 personnes.
[3] Fray Bartolomé de Las Casas fait mention d’une maison à Caonao, actuelle province de Cienfuegos, qui accueillait environ cinq cents personnes. Peut être en bon andalou, exagérait-il un peu, mais peut être mentionne-t-il un bajareque. De plus il ne faut pas oublier que les habitations indigènes étaient des habitats communautaires.
[4] Le « caney » a été également illustré par Fernández de Oviedo dans Historia general y natural de las Indias, islas y Tierra-Firme del océano. Madrid.
[5] Dans le chapitre I du livre VII de Historia general… , Oviedo précise que «…au fur et à mesure de la croissance du maïs et lorsque celui-ci atteint sa maturité il est nécessaire de le surveiller pour le protéger des animaux, pour ce faire les indiens utilisent les enfants qu’ils placent dans les arbres ou dans les abris faits des bois et de cannes recouverts de feuillages qu’ils appellent barbacoas ». Selon le texte original, Oviedo précise que « …así como el maíz va creciendo tienen cuidado de lo deshervar, hasta que está tan alto que señoree la hierva; cuando está bien crecido es menester ponerle guarda, en lo cual los indios ocupan a los muchachos, e a este respecto los hacen estar encima de los árboles e de andamios que los hacen de madera e cañas e cubiertos con ramadas por el sol e el agua, e a estos andamios llaman barbacoas”.
[6] Leo Wiener, Africa and the Discovery of America, Philadelphia, 1920 y 1924.
[7] Le « regroupement de Weyler » précisait: « Tous les habitants des campagnes environnantes ou hors de la ligne de fortification des villages devront se regrouper dans un délai de huit tours dans les villages occupes par les troupes. Tout individu que transgressera cette règle sera considéré comme rebelle et sera jugé comme tel ». La Enciclopedia de Cuba, t.5, Madrid: Ed. Plaza Mayor, S.A., segunda edición, febrero de 1976, p.135.
[8] Le batey , du vocabulaire arahuaco des indiens taïnos, désigne l’espace quadrilatère devant le bohío du cacique. Il est utilisé comme aire de détente pour les jeux de balles ainsi que d’espace de réunion lors des assemblées.
[9] Recensement du logement de 1953. Comité Estatal de Estadísticas. Censo de Población y Viviendas, La Habana, 1981.
[10] Juan Vega Vega, Commentaires à la Loi Générale du Logement, Ed. de Sciences Sociales, La Havane, 1986.
[12] Sandino, dans la province de Pinar del Río, et la Communauté Wilfredo Pagés, environ vingt kilomètres de la ville de Santa Clara.
[13] Communauté « La Yaya », Communauté « Los Cocos », Communauté « La Campana » toutes dans la région de l’Escambray.
[14] Type de maison connue comme « maison de placa ».




Bibliographie
Alfredo Zayas, Lexicografía antillana, La Habana, 1914.
Fernando Ortíz, Glosario de afronegrismos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991.
Fernando Ortíz, Un catauro de cubanismos, La Habana, 1923.
Fernando Portuondo, Historia de Cuba hasta 1898, Editora Universitaria, La Habana, 1965.
Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, islas y Tierra-Firme del océano, Madrid.
Juan Vega Vega, Comentarios a la Ley General de la Vivienda, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1986.
La Enciclopedia de Cuba, tomo 5, Ediciones Plaza Mayor, S.A., segunda edición, Madrid, febrero de 1976.
Leo Wiener, Africa and Discovery of America, Philadelphia, 1920 et 1924.

samedi 12 avril 2008

Tombouctou – Mogador – Essaouira

Publicado en el tema Profesion: viajero
INDICIOS ESCRITOS SOBRE ARQUITECTURA
Bogota, Colombia - octubre 2005
La víspera del viaje a Essaouira dormimos sin sobresaltos y complacidos porque el calor no fue exagerado. Essaouira o Mogador, ¿A dónde nos llevaban nuestros pies peregrinos? No importaba, andando Marruecos, uno no puede saltarse este misterioso puerto que fue también Tombouctou. -Ya queda menos- comentamos al despertarnos, todavía soñolientos, mientras escuchábamos el llamado matinal de una mezquita cercana. Y en realidad se nos achicaba el tiempo y nos acercábamos a ese corredor de la dinastía de los Alaouitas, frontera de dos tribus: los chiadma al norte, de lengua árabe, y al sur los haha de lengua berebere, ricos, además de la influencia de los gnaoua, descendientes de los antiguos esclavos negros y otras etnias llegadas de otros puntos de África.
A medio camino de la estación tomamos, en el Café Oujana, un desayuno completo para mí y un té negro para Alix. En la consigna de CTM despachamos los equipajes -obligatorio en esta compañía- y como acostumbro, no me acomodé en el autocar hasta que no me cercioré que los equipajes estaban situados en el maletero. Un par de policías, en la acera, escrutaban los movimientos de todo el mundo.
Arrancamos a las ocho en punto. Entre Agadir y Essaouira la costa es de una belleza extraordinaria, se confunde el mar con el desierto y el desierto con la aparición del atlas, arenoso, rocoso, escarpado, imponente. Sobre el mar una bruma eterna y sobre la tierra un vapor caliente que envuelve la desolación del territorio pródigo en reflejos bronceados. Dijimos adiós al pasar por Taghazouk, y fuimos ganando tierra sin dejar de ver el color plateado del mar abrazando la arena. Dos pueblos dormidos, dos oueds florecidos, poquísima vegetación fuera de ellos, y con frecuencia plantaciones de arganier, secas y polvorientas, pastores viejos y pastores niños, cuidando sus rebaños, solitarios, en medio de los campos, como otros hombres y otras mujeres, caminando hacia ningún lugar, ellos conocen. Chivos, burros, jamás un pájaro cruzando el cielo limpio, impecable. En el camino a Mogador nos saludaban los árboles de arganier, impresionantes, diminutos, y cuando verdeaban sus cogollos, dejaban ver encaramados en sus ramas, racimos de chivitos felices jugando a malabaristas.
Llegamos a Essaouira pasadas las diez de la mañana mientras se elevaba el sol y desaparecía la bruma; franqueamos las dos puertas de la estación y tomamos un taxi hasta el puerto, una explanada grande y aireada entre la costa rocosa, la medina y los altos muros de la vieja Mogador. Descendimos en la puerta de la Marina, edificada en 1806 para comunicar la ciudad y el puerto. Esta puerta, construida por un renegado inglés, sorprende por sus dos columnas y su frontón triangular de estilo clásico.
Entre indecisiones y cavilaciones, entramos en la medina para recorrer el eje central, en busca de una posada tranquila y de golpe, en un recodo ancho tipo plazoleta, doblamos a la derecha. Un cartel amarillo con una flecha que fue negra, anunciaba Hotel Residencia Al Arboussas. Nos miramos y no vacilamos, entramos, preguntamos si tenían habitación, el precio, miramos la que nos ofrecían en el tercer piso y babeados por el encanto de aquel pequeño hotel, nos quedamos. Ventanas de un azul cielo dando al pasillo exterior con patios llenos de ropas tendidas. Una habitación que nos sacaba un poco de las tribulaciones marroquíes y nos hacía actores en el tiempo de lo fue Mogador en sus días de gloria. Salimos a deambular por la Essaouira real de hoy, con su medina azul y blanca, sus viejas puertas ornadas con relieves y pintadas de amarillo. Las callejuelas dislocadas, el puerto consagrado a la pesca oliendo a mar y a pescado, mar abatido y pescados frescos, mar revuelto y pescados malolientes, pescadores y vendedoras gritando a la llegada de los barcos, las islas Púrpuras en lontananza acariciadas por el océano, la avenida bordeando la playa extensa como la bahía en bolsa, con sus hoteles estrellados, el soco con sus diversos mercados, el olor a especias, a frutas y a resina de thuya acariciando las mujeres envueltas en sus velos y acariciando los amplios jelabás de los comerciantes.
Una visita más que interesante fue la que hicimos al viejo cementerio al borde del mar, protegido por un alto muro contra el que se desbaratan las olas que osan aventurarse a entrar en la apacible morada de quienes conocieron el nacimiento de la villa, donde conviven los difuntos del Mogador tolerante y civilizado. Aunque en parcelas diferentes, bajo un único cielo cruzado de gaviotas gritonas, descansan judíos, católicos y musulmanes. Apellidos portugueses, lores ingleses, cónsules alemanes, isleños de Córcega, italianos aventureros y colonizadores españoles, unos cerca de los otros, descansando para siempre en tierras africanas de conquistas y expoliaciones.
De lejos venía un toque de campanas que seguimos para guiarnos. Así descubrimos la única iglesia de Marruecos cuyas campanas tocan a repique cada domingo para anunciar la misa de diez de la mañana, toque que enorgullece a Essaouira como ciudad de larga tradición de tolerancia; cuyos vecinos judíos, musulmanes y cristianos vivieron durante siglos en estrecha armonía.
A cada salida, el soco nos ofrecía un mundo de mercaderías que mirábamos y mirábamos buscando la utilidad, el sitio donde guardarlas, el recuerdo del viaje a la otrora villa colonial. La cantidad de objetos hechos con el árbol y la resina de thuya es innumerable y de una imaginación increíble. Babuchas para el verano, un extraordinario maletín de viaje en cuero de camello, una coloreada manta a rayas, una lámpara y apliques trabajados con la resina de thuya, todo nos hacía soñar para dejar Essaouira en la memoria. Puertas llenas de fantasía morisca, pintadas, conservadas o en un estado deplorable; puertas, algunas todavía dejándonos ver en relieve la estrella de David, símbolo del mosaico que fue este puerto en el pasado; callejuelas sombreadas, casas desvencijadas, morada de pobres y campesinos abandonados a su miseria, ojos invisibles que miran detrás de las ventanas, humedad perenne, gatos altos, flacos, insolentes, amistosos, pacientes, a la espera de clientes en las puertas de las tiendas, hombres ciegos, viejos enfermos, cuernos de gacela frescos y apetitosos, joyería fantasiosa, infinita, mantas, lanas, jabones y aceite de arganier, lámparas coloridas, babuchas, pañuelos, terrazas, perros huidizos, perros aperreados, maltratados, como muchos hombres, mendigos, todo mezclado bajo el signo lejano de Mogador. Un poco menos sucia que otras ciudades marroquíes, Essaouira tiene un servicio diario de recogida de basura que la distingue y la ayuda a respirar su convivencia con el mar, siempre el mar y las rocas y las gaviotas revoloteando encima de los anaqueles de pescados. Famosa por sus relaciones comerciales, Mogador estaba llena de representaciones, hoy, esos antiguos consulados en ruinas, como la Sinagoga, como la iglesia portuguesa, como muchísimos inmuebles, intentan levantarse entre sus destruidas paredes o mueren completamente ante la mirada silenciosa de los vecinos. Las mareas, en perfecta oposición a las mareas de otros mares nos revelan que nada es perfecto, nada es igual a lo que estamos acostumbrados a ver, el mar ocre azul gris ocre, carmelita por la arena oscura de su fondo, pescadores y pescadoras, surfistas ingleses, bañistas franceses, brisa y sol en perfecta armonía.
Terror policial. En civil y en uniforme, en todas las esquinas, en parejas de dos, un militar y un gendarme. Barrios inseguros a la caída de la tarde. Ojos detrás de las puertas entreabiertas, detrás de las ventanas a medio abrir.
Una mañana paseamos por toda la orilla de la playa, desde donde comienza la bolsa arenosa llena de bañistas hasta las dunas, hasta donde se pierde la vista, seguidos por un perro pequeño, sano, de pelambre lanada color champagne y otro perro flaco y sarnoso, apenas sin pelos, escuálido y de mirada triste. De regreso de las dunas, los perros nos siguieron, incluso cuando dejamos la orilla del mar, atravesamos la avenida que la serpentea y nos perdimos del otro lado, en las calles aledañas a la medina. Babalú ayé y Elegguá en nuestro camino, admitimos al perder de vista a los dos canes interpelados por otros perros en su andar bohemio por las calles diseñadas. Papas fritas y bebidas frescas, papas fritas y agua mineral con gas. Siempre leemos las cartas de menú de los cafés y restaurantes y nos aterrorizamos por la vaga idea de enfermarnos.
Optamos por mercadear en los socos y comprar a gusto, panes acabados de salir del horno y aceitunas verdes negras con picantes con ajíes en aceite o con hierbas, aguacates carnosos y tomates, frutas secas y frutas frescas. El estómago debilitado con los olores fuertes de las gargotas de pescado, del mar omnipresente descomponiéndose en filigranas acuosas, de todo, del aire húmedo que respiramos y del cielo reverberante que miramos, o del tufillo a lana de las mantas con los colores del crepúsculo en violeta degradación. Pero tampoco hay que convertirse en paranoicos y hay que olvidar otros malos momentos.
Animados y hambrientos, nos sentamos a cenar en un restaurante que en dos ocasiones habíamos visto en el deambular por la callejuelas intrincadas de Mogador.
El Ramsés, situado en un recoveco de la medina, en lo que fue la calle de la bolsa, ambiente familiar y respirando confianza, hizo que nos deleitáramos con la tagine con congre y cebollas caramelizadas y pasas, el congre, un pescado que no conocía y con una exquisita tagine de pollo con limón confitado. Excelente cocina marroquí en la noche de Essaouira. Las cervezas, raras en tierras alaouitas, las bebimos sedientos como beduinos en un oasis. Una sopa mediterránea a base de sémola y aceite de oliva y ajos y las siete ensaladas marroquíes para terminar aquella noche dedicada a Baco, a la luz de velas de llamas tintineantes y acomodados entre cojines y muebles tradicionales del reino. Una delicia que terminó con crepas especiales en honor a Cleopatra y Ramsés.
No podíamos dejar Essaouira sin aplaudir las crepas con miel propias del desayuno marroquí que probamos antes de hacer una excursión en los alrededores de la vieja ciudad portuaria. Atravesamos la medina por la calle del Istaqal, franqueamos la puerta Bâb Doukkala, contorneamos las calesas aparcadas al lado del cementerio, y fuimos a la estación de buses. Allí tomamos un bus, sucio y polvoriento, que no tenía prisa en salir y sí mucho desespero en llenarse hasta el techo, cosa que nunca lograron los intrépidos empleados del transporte. Had Draâ es un pintoresco y ancestral mercado de domingo que fue como regresar en el tiempo al medioevo. Algunas viejas enfermas y mendigas invisibles dentro de sus vaporosas ropas, merodeaban por el mercado, pero ni una sola mujer en aquel vasto mercado donde Alix era como un bicho raro que miraban los hombres con recelo. Mercado de trueque y dinero, de costumbres viejas como la mayor parte de sus vendedores y comerciantes. Bajo un sol asesino, nos paseamos por todo el mercado, entre las tiendas de lona atestadas de hombres, afuera las marmitas de piedras encendidas calentando grandes teteras, mercado de todo y de nada, de lo insólito, de bidones vacíos, de camellos, de ovejas, de telas, gallinas, tapices, garbanzos, pescados malolientes, hierbas, viejas monedas, porrones en barro, y de todo; pero lo más espeluznante, el matadero, con sus rituales de sacrificio, las carnes colgadas, como las patitas y cabezas de chivitos, cueros de viejos chivos, carne y sangre, moscas y bichos, extraños rostros sacrificando y vendiendo, enseñando la mercancía, sus rostros fatigados, alegres, de mercado de domingo. Como Had Draâ.
Huimos de toda aquella violencia natural y nos sentamos en el portal de un café repleto de hombres, gatos y perros, sentados en las mesas o tirados en el suelo. El café fue justo una pausa para entrar a Essaouira. Logramos correr hasta un bus “local” que partía y alcanzamos a sentarnos en los asientos del fondo, al lado de un frustrado musulmán para quién yo no existía en su aberrante mundo. Descendimos en la puerta de Bâb Doukkala. Corrimos al hotel para desempolvarnos, porque polvo nos cayó hasta en el fondo de los ojos. Y comenzó la hora de pensar en dejar esta ciudad que se place frente al mar. Una ciudad de sombras y locuras, de miradas y gritos. Nos fuimos a la orilla del mar para disfrutar del buen tiempo y para que su brisa cálida nos ayudara a tomar fuerzas para la próxima etapa. Tres niñas marroquíes se pusieron a jugar a nuestro lado. Simpáticas y conversadoras. Se acercaron a nosotros nos hablaron, eran felices de deletrearnos sus bonitos nombres y de hacer las últimas piruetas antes de convertirse en mujeres y encerrarse en sus mundos velados. Un inglés con aire colonizador no soportaba a los jóvenes del patio que pateaban un balón y miraban con descaro el dos piezas de su inglesa; un francés solitario intentaba ligar a toda velocidad, y una pareja medio tiempo, alocada, miraba hasta las moscas si les pasaba enfrente, y uno de ellos mostraba su bañador malva claro en combinación con su pareo lila con flores, bella estampa de cazadores indecentes en un país moldeado por sus tradiciones.
Volvimos a la plaza, curioseamos por el puerto y contemplamos Essaouira, villa apreciada por surfistas y flirteadotes, jóvenes branchés y hippies del siglo XXI, pero también villa de pobres, de enfermos, de ciegos, de vendedores, de gente como hay en cualquier lugar del mundo, súbditos todos del rey pero en otro círculo del infierno.
Desde que pernoctamos en el Al Arboussas nos percatamos de un ruido raro proveniente de sus paredes. Unos crujidos extraños, como si los maderos en alguna parte lloraran, nos despertaban antes del alba. Alix estaba cansada y dijo adiós a Mogador, la tarde antes. Yo no pude reprimir mis deseos de volver a mirar el Atlántico apacible y con sed de curioso, aproveché la mañana para hacer fotos y volver a ver el mar furioso romperse en las rocas. Subí a las murallas de la Sqala y caminé entre los cañones de defensa, ornamentados con los escudos de Portugal, de España y el blasón flamenco. Entonces pensé en esa decoración natural que le permitió a Orson Welles rodar algunas escenas de su Otelo, que le valdría en 1952 la Palma de Oro del Festival de Cannes. Desde el antiguo bastión sur de las viejas murallas, Mogador renacía en mí, peregrino inquieto, en una ciudad anclada en puerto seguro.
Ante nosotros una larga ruta dejando Mogador con sus gaviotas y su sol subiendo detrás del atlas y calentando las dunas que se arrastran hasta la orilla fría del mar en minúsculos granos de arena. Salimos del hotel y fuimos caminando hasta la puerta de la marina, y una sorpresa nos deparó el haber cambiado el itinerario de calles para coger un taxi. En la ancha avenida que bordea la muralla, el perro sarnoso estaba echado en un recodo de la acera para decirnos adiós. O para hacernos saber que nos protegería durante el viaje de regreso. Lázaro y Roque, coincidencia y realidad en tierra del profeta.

Los avatares del peso cubano (II)


La Isla de Cuba se despojó de su condición de colonia española en 1898 tras el fin de la guerra hispano-cubana-norteamericana. La firma del Tratado de Paris, en diciembre de ese año, dejó un amargo sabor para los mambises cubanos. Cuba pasó de manos de un gobierno colonial a un gobierno militar. En efecto, el 1° de enero de 1899, la isla fue ocupada militarmente por los Estados Unidos, hasta el advenimiento de la República en 1902. La ocupación norteamericana dio paso a la dominante monetaria del dólar en todo el país. No obstante la presencia del dólar americano, en los albores de la República, la creación de una moneda propiamente cubana se convirtió en una aspiración nacional.
La inversión extranjera en la Isla, contribuyó al resurgimiento de la banca. Fue significativa, la transformación en 1901 del The North American Trust Co., en Banco Nacional de Cuba, con más de cien sucursales diseminadas por el país. En 1906, capitales mixtos de cubanos, españoles, norteamericanos, ingleses, franceses y alemanes, crearon el Banco de La Habana. Un sistema monetario cubano fue trazado a través de ley en 1914, cuyo respaldo sería el oro y como unidad el peso. El peso cubano nace en 1915 con la acuñación de monedas en plata. Este peso, bautizado como “peso macho”, en plata, constituyó un símbolo en la historia de la moneda cubana.


No previéndose la emisión de papel moneda para el peso cubano, la ley mantenía la circulación del dólar americano, y el recién creado sistema monetario nacía basado en la dualidad monetaria.
La producción azucarera cubana creció ostensiblemente en los cuatro años que duró el primer conflicto bélico mundial, y ese auge económico estimuló la creación de nuevos bancos, unos cuarenta en total. Terminada la guerra, la década del veinte sumió al país en una crisis sostenida que trajo como consecuencia el debilitamiento del sistema bancario y por supuesto, la bancarrota de casi todos los bancos cubanos. La no solvencia económica para pagar deudas, y la dominante banca foránea, al amparo de sus casas matrices, fue suficiente para que bancos de importancia como el Nacional de Cuba y el Español de La Habana, quebraran. Fue el momento crucial en que la supremacía de la banca norteamericana se impuso. El “crack financiero” de 1929 en los Estados Unidos, llevó la economía mundial a una profunda depresión, a la cual Cuba no escapó, reflejándose no solo en el debilitado sistema financiero como también en la vida económica y social de la Isla.

vendredi 11 avril 2008

Aduana Vieja reedita Insulas al pairo

En septiembre del 2004, para ser más exacto, el lunes 13, William Navarrete presentaba en la Maison de l’Amérique latine de Paris, Ínsulas al pairo, poesía cubana contemporánea en Paris.

La antología, editada por Aduana Vieja en su colección El camino de Sevilla, reúne una selección de poemas de once cubanos que residen en la capital francesa: Gina Pellón, Eduardo Manet, Nivaria Tejera, Eyda Machín, Gilda Alfonso, Regina Ávila, Miguel Sales, Lira Campoamor, Carlos Alberto Casanova, Fernando Núñez y William Navarrete, que es además su compilador y prologuista.
En la presentación, en el Auditórium de la Maison, salvo Nivaria Tejera y Gina Pellón que estaban fuera de Paris ese día, cada autor leyó un poema y compartió con el público allí reunido. Mi agradecimiento a William Navarrete por llamarme para esta contribución y a los amigos que compartieron aquella tarde-noche de lecturas y firmas. A Isabelle Ghelfane, a Ana Pinto que estrenaba a su pequeño Pablo Simón en las andanzas culturales y a mi mujer, infatigable sostén.

De izquierda a derecha, Eduardo Manet, Eyda Machín, William Navarrete, Gilda Alfonso, Carlos Casanova, Regina Ávila y Miguel Sales.
La antología, para pláceme de todos, acaba de ser reeditada por Aduana Vieja. Ésta vez, para satisfacción de William Navarrete, se unió al grupo de once cubanos, el dramaturgo y poeta José Triana, y la edición ampliada incluyó otros poemas de Nivaria, Sales, Gina, Eyda, Regina y Lira. Esperemos podamos volver a reunirnos para evocar nuestro amor a los versos.

Los avatares del peso cubano (I)

El sistema bancario en la isla nació en el siglo XIX, cuando éramos una colonia española. Evidentemente, los primeros bancos no podían ser si no españoles. En 1832 fue creado el Banco de Fernando VII y veintidós años más tarde, en 1854, nació la Real Caja de Descuentos. La Real Caja de Descuentos fue absorbida en 1856 por el Banco Español de La Habana, que en 1881 fue rebautizado como Banco Español de la Isla de Cuba. Este banco, provisto de la facultad de emisión, sacó a la luz diferentes denominaciones de billetes. La impresión estaba asegurada por el American Bank Note Company of New York.
El más pequeño de los billetes correspondía al de diez centavos (8,4 x 3,9 cms):











El billete de cincuenta centavos no era mucho más grande (9 x 4,4 cms):










Como tampoco lo era el de la denominación de un peso (9,3 x 4,7 cms):










Otras casas bancarias vieron la luz en la segunda mitad del siglo XIX, e igualmente, muchas de ellas desaparecieron. Las confusas operaciones financieras las llevaron a la quiebra, así como la crisis económica desatada a partir de 1857. Al final de siglo, el comercio no era nada alentador, y la isla vibraba con el movimiento independentista cubano que libraba una tenaz batalla contra el gobierno colonial español.
El billete correspondiente a cinco pesos (11,6 x 7 cms) llamaba la atención por sus matices amarillo naranja:












La represión de las autoridades coloniales, la reducción del comercio y la guerra de independencia que fustigaba a la industria azucarera, debilitaron el sistema bancario de la isla, y sólo dos grandes bancos, y algunas instituciones financieras lograron mantenerse a salvo de la debacle del fin de siglo. Para esta época, en la isla circulaban, además de las monedas españolas, monedas francesas y norteamericanas.
El billete de diez pesos, del Banco Español de la Isla de Cuba, se doblaba en cuatro como un pañuelo para reducir sus dimensiones “descomunales”, de 13,7 x 9,3 cms):













Este billete, con sus tonos grises y verdes, presentaba en su cara principal una escena bien cubana: una carreta tirada por una yunta de bueyes en medio de un cañaveral al momento de ser cargada.