lundi 31 août 2009

Parc du Mugel




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Un abra entre el mar y el promontorio rocoso. Un jardín casi Edén lejos del bullicio, que respira humedad y se protege de los vientos. Descúbranlo una tarde soleada sin temor a broncear violentamente. Siempre hay un recodo, una sombra puntual, un banco al abrigo de todo y de nada. Escalar el promontorio por el camino que lleva al mirador puede ser fatigante si calzamos chancletas metedeos. La fatiga se esfuma cuando se llega arriba y la brisa marina golpea el rostro. Puro soplo de vida. Vean ustedes mismos.



Parc du Mugel©cAc

Mugel

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Menos concurrida que Figuerolles, Mugel es barrio alto, cala y parque. El barrio, empinado en la colina desde la que el panorama es marino y rocoso, esconde detrás de sus muros, sólidas residencias sombreadas por palmeras, glicinas y buganvilias. Descendiendo la colina, una ensenada modesta obliga a una pausa refrescante. Y oculta entre cactus y pinos, la caleta de Mugel, yendo hacia el parque, a escasos cien metros. El Mediterráneo lujurioso, l’île Verte, los viejos astilleros, el nuevo polo carenero de yates y cruceros, los farallones rocosos que albergan toda la comunidad de gaviotas y cormoranes. Simplemente, Mugel.

Figuerolles


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Una buena zambullida en la cala de Figuerolles no puede faltar en este blog. Cala bien abrigada, bajo la mirada rocosa del águila y la pasividad del promontorio leonino que se deja escalar por aquellos audaces que buscan el fondo penetrando de golpe en las frescas y límpidas aguas de la pequeña ensenada familiar. Figuerolles es mi remanso para la lectura de todos los « Courrier International » acumulados, distorsionado por las zambullidas de los otros y mis brazadas hasta las piedras reverberantes del islote. La mejor de esas tardes la compartí con la mirada dulce de Julie y el boquiabierto Alí mirando caer desde la altura a los intrépidos saltadores.

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dimanche 30 août 2009

La route de crêtes



©cAc-rdc2009

Muchos años atrás descubrí la ruta que va de La Ciotat a Cassis bordeando la costa. Desde entonces, la he andado en las dos direcciones y de todas las formas posibles. He tenido la suerte de hacerla sin los inconvenientes del viento, que por otro lado, obligan a su cierre. Y por ello no he reparado en las señalizaciones que invitan a la prudencia. « Caution by strong wind ». La primera vez no le puse atención por que era la primera vez. El ascenso es violento mientras das la espalda a los techos de la ciudad. No respiras, resollas. Y poco a poco vas ganando en altura y miras atrás, y la bahía se ha convertido en una diminuta ensenada. Las gruas del astillero se pierden azuzadas por la bruma que el sol hace desaparecer. Curvas, pinares, curvas, verrugas rocosas emergiendo de entre el suelo seco a veces manch un verde fatigado. Y sin darte cuenta has llegado al punto más alto de la ruta de las crestas que es el farallón más alto de Europa. « Gefahr starker wind ». Pero el viento es ligero, yo diría generoso, justo lo necesario para secar mi cuerpo que transpira. Desde la roca blanca que te incita a un magnífico suicidio, el mediterráneo se interpone. Es tan azul que la más fuerte de las cobardías no sería capaz de decir adiós a la vida ante un cuadro natural tan lleno de vida. Los veleros allá lejos, o más cerca, abajo, dejando su marca espumosa como prueba de la suavidad del mar. Islas cuyo nombre nadie logra decir mientras los que se detienen hacen con las manos una muralla al sol empeñado en dar brillo al mar y separar el horizonte. Gente que va y viene, que bajan, miran y vuelven a montar en su auto y siguen, ya han visto el mar, las islas, los otros farallones.
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A pie, entre los senderos abiertos, pino a un lado, pino al otro, con arbustos nacidos para vivir sobre la roca, he camineteado la ruta de las crestas, mochila al hombro, prismáticos en la mano, sombrero sobre la testa. Solo. Solo con mis pensamientos en la otra mano, envueltos entre mis dedos, tocando el fondo del bolsillo. El izquierdo, ese que siempre tiene espacio para mi mano.

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Otras veces en automóvil, con amigos queridos como Yolanda y Vidal, con Odette, con Marie-alix y David. Jamás en moto, pero estoy seguro que hacer la ruta de « crêtes » en moto le hubiera encantado a mi padre.

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Este verano, me hice acompañar de la bicicleta que se activa desde que pongo un pie en La Ciotat. La primera parte de la subida es harto fatigante (los años quizás ?), y el sol se empeñaba en hacerla ardiente. Innecesario poner atención a « route dangereuse par vent violent », pero si a los otros que como yo hacen la ruta y no leen la señal cuadrada fondo azul como el mediterráneo próximo : « partageons la route ». Una carretera llena de peligrosísimas curvas, donde el cruce de dos a veces se define por la fuerza. Los autos que pasan, y conductor y pasajeros miran el mar, el abismo, la Sainte Baume, la Sainte Victoire en lontananza, las islas y la silueta calanquosa de Cassis, pero no ponen atención al ciclista diminuto que se aventura en el ascenso.

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Al regreso, en bajada, todos los virajes se visten de peligros, en cada curva un motor que ronronea, el mar abismal, detrás, los pinos inmutables, delante, el este, el mediterráneo frenado en la costa angelical y gruosa de La Ciotat, en la Corniche de Sainte Marie y en la siempre peligrosa del Liouquet. La ciudad amortajada por la bruma. El mar, papel plateado confitado de yates y veleros. L’île Verte siluetada haciéndole competencia al promontorio con pico de águila. Saint-Cyr, Les Lecques, Bandol, Porquerolles, en la línea de la costa. Me he desviado de la ruta trescientos metros. Para disfrutar del paisaje que rodea el promontorio donde está situado « el semáforo », y donde una carta de orientación invita a ponerse ojos de águila y descubrir todo lo que ofrece el horizonte en derredor. Pasado el mediodía, calmo la sed con el agua fresca de mi cantimplora pero no puedo calmar el hambre que se avecina. Vuelvo a ponerme el casco, sigo la orientación de mi estómago y regreso al cruce de ruta y me avalancho hacia la ciudad, a la casa, donde la sombra generosa del mûrier me espera.

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samedi 29 août 2009

La Ciotat (Fêtes Votives)

Mantener las tradiciones es la manera más simple de perpetuar la identidad de los pueblos. Con el progreso, que no siempre va de par con el respeto de las tradiciones, con la vergüenza que mucha gente muestra pensando que las tradiciones empequeñecen o que ya están pasadas de moda (y la tradición no es moda, es complemento de la vida), y con los regímenes que intentan borrar las identidades regionales y nacionales prohibiendo tal o más cual manifestación, las fiestas votivas y las tradiciones van muriendo. Me satisface muchísimo cuando veo lo que dan de sí aquellas gentes que no vacilan en vestirse como antaño, en salir a la calle con la virgen a cuestas y en amenizar tocando hasta la fatiga para que la lucidez no se pierda. Y todo eso, no me complace verlo como un espectáculo, en absoluto, me complace verlo como la salvaguarda de los ritos y tradiciones, que son muchos más viejos que los hacedores de leyes, los « justicieros » de hoy, los controladores de la memoria. Me levanté con las primeras luces del alba, entrando por las rendijas de las contraventanas, y los cormoranes revoloteando encima de la casa. Mi mañana dominical estaba programada de tal manera que no me perdiera la « bénédiction des bateaux » como es usual cada quince de agosto en la « ville des frères Lumières ».
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La benedicción comenzó con un baile de danzas provenzales en la explanada de la iglesia Notre Dame. Y no me pude contener en fotos. Sólo que me autorizo a colgar una, la de esta jovencita de la « Escolo de la Ribo », cuya sonrisa y candidez atrajo a muchos de los que disfrutamos de los bailes típicos de la Provenza costera.


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Luego oficiaron misa en la iglesia Notre Dame, y al término, comenzó la procesión con la virgen llevada por un cuerpo de oficiales marinos. De la procesión y de la benedicción en mar son las imágenes siguientes. Pueblo, turistas curiosos, la curia ciotadana, el alcalde, los amigos y los amigos de los amigos, periodistas y falsos reporteros, y hasta la bronceada miss La Ciotat, tomaron parte en la festividad que contó, como les decía antes con la generosidad del sol y la ternura del mar salpicando a la virgen que curiosa también, disfrutaba del paseo de bendición.


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