©cAc-2009
Por un camino que pasa frente al cementerio y que atraviesa « las afueras » de Chusclan, se llega primeramente a las ruinas de la granja de Gicon, ahora acomodado para que los domingueros y amantes de pique-niques se sientan a sus anchas en la base del macizo rodeado de viñedos. Una cuesta serpentea los muros de la granja y a unos trescientos metros, escondida entre la vegetación, la Chapelle Sainte Madeleine, que fue la primera capilla carolingia erigida en la región en el siglo XIII. En lontananza Bagnol vestido de la bruma soporífera de la tarde.
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El sitio de Gicon es lo que se conoce como una puntera de la excelencia rural. Para llegar a él, se deja atrás la capilla y la “ferme” remontando un camino piedras y polvo matizado de garriga, aunque menos seco que la que envuelve Roquemaure y Pujaut. Chusclan sigue perdido entre los viñedos. Un punto rojizo de tejados. Ni tan siquiera la torre campanario de su iglesia romana.
El sitio está enclavado a 236 metros de altitud y comprende el Château, que data del siglo XII, y la casa señorial, construida entre los siglos XII y XIII. Y aunque no es una altura soberbia, brinda un panorama que se extiende a vista de pájaro sobre cuatro antiguas provincias: Languedoc, Provence, Dauphiné y Auvergne. No hay mucho que contar, pero los ojos se nutren de una vista excepcional, y al cerrarlos, nos imaginamos todavía allí, en noche cerrada, abrazando el firmamento, porque desde un sitio como Gicon, todas las estrellas pueden ser nuestras en un abrir y cerrar de ojos.
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Y como el Ventoux me persigue por cualquier paraje donde me pierda en la región, como un talismán se los dejo a manera de tarjeta postal.
Y como el Ventoux me persigue por cualquier paraje donde me pierda en la región, como un talismán se los dejo a manera de tarjeta postal.
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