samedi 11 juillet 2009

La Gallarda de Castelló


©cAc-gi09
El calor sofocaba y el hambre no se controlaba con los dulces castellonenses. Una gota dos tres, el sol desapareció detrás de una inmensa nube y la besaba y tanto que la nube se puso a llorar. Un lagrimeo constante que se convirtió en lluvia con viento y aires frescos venidos de la montaña no lejana, o del mar, casi a tocar con la mano. Entramos en una puerta y pedimos de comer. Desde nuestro sitio toda la huerta que envuelve Castelló. Dos edificantes horas mojadas por un sofocón del sol. Nada contra la lluvia. Éramos viajeros sin prisa y sin horarios. Almorzamos mirando la quietud de la huerta. Llegamos a pensar que la lluvia había borrado el tiempo y nos dejaba perdidos en aquel burgo medieval cuyos condes querían inocentemente instalar la sede del episcopado del Empordà. El recalmón llegó y también todo rastro de lluvia.
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Entonces nos dimos cuenta que el almuerzo había sido amurallado y que el foso nos protegía de invasiones inminentes. La terraza florida, las ventanas rehabilitadas por aquello de las normas (Europeas?), y al final del muro desnudo, una ventana dejaba ver el horizonte de olivares. Estábamos en el Portal de la Gallarda, situado en la base de una torre rectangular construida y reconstruida entre los siglos XIII y XIV, la puerta que por el levante permitía la entrada al burgo fortificado. Salimos fuera de las murallas y nos dejamos empujar por la brisa fresca regalada por la lluvia.
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