Un regalo que colma todas mis satisfacciones y que agradezco como si me ofrecieran el imperio del sol naciente. Y es que Kyoto es el remanso tranquilo que un viajero sin rumbos, descubre al bajar de un tren y se pierde en sus callejuelas estrechas, del lado de Gion, o detrás de una “geiko” que a pasos pequeños se adentra en el barrio de Pontosho.
Antes de volver a caminar por las márgenes del Kamogawa o del Hozu, deberé convertirme en minúsculo carácter nipón y perderme en las más de quinientas páginas del Atlas histórico de Kyoto con su análisis espacial y todos los sistemas de la memoria de una ciudad, de su arquitectura y de su paisaje urbano. Necesitaré cuarenta y siete años para ello. Los mismos que se adicionan a este primero de julio, no en las márgenes del Kamogawua, pero respirando el ambiente de fachadas ocres, rojas y naranjas alineadas al borde del río Onyar.
Gerona, España.
1° de julio del 2009
Antes de volver a caminar por las márgenes del Kamogawa o del Hozu, deberé convertirme en minúsculo carácter nipón y perderme en las más de quinientas páginas del Atlas histórico de Kyoto con su análisis espacial y todos los sistemas de la memoria de una ciudad, de su arquitectura y de su paisaje urbano. Necesitaré cuarenta y siete años para ello. Los mismos que se adicionan a este primero de julio, no en las márgenes del Kamogawua, pero respirando el ambiente de fachadas ocres, rojas y naranjas alineadas al borde del río Onyar.
Gerona, España.
1° de julio del 2009
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire