Apenas un cuarto de hora en Figueres y ya estábamos haciendo camino a Castelló d’Empúries, situado cerca de la desembocadura del Muga en el golfo de Roses. En el viaje de regreso de Cadaqués a Girona habíamos percibido el campanario románico de la gótica iglesia de Santa María. Una iglesia de pueblo con aspecto de catedral, un pueblo que fue capital del Condado de Empúries. Hicimos un comentario de viajeros insatisfechos y una marca en el margen izquierdo de mi cuaderno de notas que significaba volver por esas tierras del Alt Empordà. Cosa que hicimos al día siguiente, cuando Girona comenzaba a desperezarse y el mercado abría sus puertas.
Castelló d’Empúries es un burgo medieval nacido en el siglo XI en tierras altas y fértiles. Al final de la mañana el sol seca sus muros y el vapor gana terreno envolviendo sus calles con olor a estiércol fresco de vaca. Aunque ninguna asome la cabeza, ni remarquemos un establo. El olor se extiende mientras nosotros ya no ponemos mucha atención al vaho vacuno y sí a cada muro de piedras techos o fachadas que mudos han visto pasar diez siglos.
El pueblo, con sus casas de notables, me recordó un poco mucho Trujillo en Extremadura. Cada vieja casa me ofrece una historia de familia diferente, en épocas diversas, de reuniones alrededor de una mesa larga una vez terminada la cena, la lumbre de dos lámparas de aceite haciendo dibujos en los rostros familiares o trabajados candelabros de múltiples brazos. Unas al lado de otras, otras más distantes, aquella menos rica, una puerta baja de hermoso arco, balconería agregada, ventanas protegidas y siempre viejas viejas como los huesos que vivieron entre sus muros.
©cAc-gi09
La Casa Gran, símbolo de la nobleza castellonense de la Baja Edad Media es un remarcable edificio construido entre el XIV y el XV, ejemplo del gótico civil catalán en cuya fachada se destacan los ajimeces. Las Casas Reitg, Ametlla, Climent, Garrigoles, Cassanyes, ésta última sobre restos del tardío medieval, todas levantadas entre el s.XVIII y el XIX; la Casa Vehí erigida como el Palacio Macelli en el siglo XVII, la Sabater del XVIII…, breve, mucho hay que ver mientras se deambula por el dédalo estrecho que son sus calles, saboreando los dulces de piñones y almendras de los que el pueblo es orgulloso!
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