lundi 6 juillet 2009

Entre cielo y río, las casas sobre el Onyar (Girona)

©cAc-gi09
En los días finales de junio la ruta que lleva a España desde Francia es aún fluida. Y como por encanto, en lugar de ver el asfalto negro y las marcas de separación de la cinta moderna por la que ruedas, te incorporas a la ruta paralela que por tramos se pierde entre viñedos y vuelve a aparecer dejando ver la huella de los carros romanos haciendo camino entre Ambrussum y Emporiae. Olvidamos que es la A9 y sentimos el golpeteo de las ruedas al pisar los adoquines de la Via Domitia.
Soldados gallo-romanos con uniforme de la policía de fronteras en busca de conflictivos etarras se encargan de controlar una línea de demarcación invisible. Una bandera azul circunvalada de estrellas amarillas hace función de hito contemporáneo. Tiempo hace que los mojones han desaparecido y las placas mineralógicas muestran que vienen de todos los confines europeos.
La fealdad de Perpignan se olvida una vez pasada La Jonquera y las ondulaciones pirenaicas hacen suave el verde de la campiña catalana. Apenas cuarenta y tantas estacas y ya estamos entrando en la ciudad de Girona. No queremos pensar en nuestra estancia seca y fría pasada en tierras salmantinas allá por los inicios del milenio.
Girona será en algunos días nuestro cuartel general. La ciudad nos verá subir y bajar sus “pujadas” y perdernos en el frescor de las callejuelas del Call, el antiguo barrio judío y por otras “carrers” del Barri Vell.
©cAc-gi09
Las fachadas que dan al río Onyar , -desgraciadamente no todo lo limpio que me esperaba en una ciudad celosa de la conservación de su paisaje urbano y de su riqueza arquitectónica-, hacen mil variaciones desde que la luz se apodera de la ciudad hasta que sucumben sus pinturas en el mar de colores que deja el sol en su huida al poniente.



©cAc-gi09

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