Quién no ha disfrutado de un momento de siesta en su vida? Cuando el bochorno del mediodía dejaba desierta las calles de Macondo y los Buendía se instalaban en piezas frescas a esperar que pasara el calor sofocante. O cuando ante la imposibilidad de “echar un sueñito” reparador buscamos refugio en los portales de las calles habaneras y si estamos en casa dormitamos al ritmo del movimiento de un sillón. Yo he disfrutado de esos momentos intensamente. Cierto que a veces el despertar es brusco y se hace de mala gana. Mi abuela contaba que Cuba colonial era una isla de siesta cada mediodía, cuando el sol, brutal, era capaz de matar solo con su reverberación. De ahí la expresión “un sol que raja las piedras”. Y contaba como con la primera intervención militar, los americanos llevaron a cabo un censo y estudio sobre los hábitos de la población, y constataron que la siesta era un flagelo que iba contra el progreso y el desarrollo. Reordenaron los horarios de trabajo y de la administración, y aunque la siesta no desapareció, dejó de ser poco a poco el reposo al que estaban acostumbrados los cubanos.
Años más tarde y sumergido en las costumbres meridionales de Francia, aprendí lo grato que es una buena siesta en una pieza en penumbras, las contraventanas cerradas hasta la hora tardía en que “baja el sol”. La estancia prolongada en Salamanca nos enseñó que hasta en invierno los salmantinos no se economizan de la siesta y como durante el verano, la ciudad cae en un sopor desde las dos hasta las cinco de la tarde.
La última siesta del verano la hicimos de pie, disfrutando “Siestes & Méridiennes”, una evocadora exposición teniendo como motivo central muebles fabricados desde el sXVIII hasta nuestros días. Desde reposantes camas estilo Régence hasta la tumbona de Le Corbusier y Perriand, pasando por atrayentes hamacas, mecedoras, sillones de balance, muebles de siesta provenzales y una buena cantidad de pinturas, grabados, esculturas y objetos, la exposición te envuelve en la imaginación de una tarde sofocante cristalizada por una siesta en la que sueño, ensoñación y pereza se unen para olvidar que afuera “el sol sigue rajando las piedras”.
Años más tarde y sumergido en las costumbres meridionales de Francia, aprendí lo grato que es una buena siesta en una pieza en penumbras, las contraventanas cerradas hasta la hora tardía en que “baja el sol”. La estancia prolongada en Salamanca nos enseñó que hasta en invierno los salmantinos no se economizan de la siesta y como durante el verano, la ciudad cae en un sopor desde las dos hasta las cinco de la tarde.
La última siesta del verano la hicimos de pie, disfrutando “Siestes & Méridiennes”, una evocadora exposición teniendo como motivo central muebles fabricados desde el sXVIII hasta nuestros días. Desde reposantes camas estilo Régence hasta la tumbona de Le Corbusier y Perriand, pasando por atrayentes hamacas, mecedoras, sillones de balance, muebles de siesta provenzales y una buena cantidad de pinturas, grabados, esculturas y objetos, la exposición te envuelve en la imaginación de una tarde sofocante cristalizada por una siesta en la que sueño, ensoñación y pereza se unen para olvidar que afuera “el sol sigue rajando las piedras”.
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