Sin embargo, dos ciclones han marcado su memoria: el ciclón de octubre de 1926 y el ciclón del 32, que borró en Camagüey al pueblo costero de Santa Cruz del Sur y para colmo la embestida terminó con un escalofriante “ras de mar” con olas de más de siete metros. Por esta época los ciclones no se nombraban y se conocían por el año en curso y por la cuantía de sus daños. Al año siguiente de mi nacimiento, en 1963, Flora -y es que desde 1950 tuvieron nombre como nosotros en el registro civil-, se ensañó con las provincias orientales. Lo que conozco del Flora, es lo que me contaban mi padre y mis tíos, cuando la isla se debatía en temporales y tempestades durante los meses de junio a noviembre. Pasaron muchos años sin que ningún fenómeno meteorológico perturbara mis vacaciones de verano ni el comienzo del curso escolar en septiembre. Kate, en noviembre de 1985, barrió la costa norte de Villaclara y nos asestó un duro golpe al perder nuestro refugio veraniego de la playa El Salto. A partir de ese momento, las temporadas ciclónicas comenzaron a formar parte de mis preocupaciones. La casa de la playa, era solo un recuerdo y el más reciente, un amasijo de techo y paredes en una zona donde el huracán cambió la geografía del terreno, la laguna se unió con el mar y fuimos encontrando pertenencias un kilómetro tierra adentro. Tres años más tarde, el contorno de la costa norte cubana volvía a cambiar, tras el paso de Gilbert en septiembre de 1988. Y recuerdo como las playas del Este de La Habana, perdieron sus pinos y las instalaciones se degradaron notablemente.
Al dejar la isla creí que no volvería a vivir el impacto de un ciclón. Todo lo contrario. El ciclón visto desde lejos también hace daño, piensas en lo que puede ocurrir en un abrir y cerrar de ojos. No escapé a los huracanes Isidore y Lili justo llegando a Cuba en septiembre del 2002. Bajo fuertes ráfagas de viento logré hacer la distancia que separa La Habana de Santa Clara. Alex, Charley y Danielle me mantuvieron en vilo durante mi estancia en el 2004, al punto que a uno de ellos se le ocurrió atravesar la isla por su franja más estrecha. El aeropuerto fue cerrado y los vuelos cancelados y mi salida de Cuba se vio retardada de tres días.
Al dejar la isla creí que no volvería a vivir el impacto de un ciclón. Todo lo contrario. El ciclón visto desde lejos también hace daño, piensas en lo que puede ocurrir en un abrir y cerrar de ojos. No escapé a los huracanes Isidore y Lili justo llegando a Cuba en septiembre del 2002. Bajo fuertes ráfagas de viento logré hacer la distancia que separa La Habana de Santa Clara. Alex, Charley y Danielle me mantuvieron en vilo durante mi estancia en el 2004, al punto que a uno de ellos se le ocurrió atravesar la isla por su franja más estrecha. El aeropuerto fue cerrado y los vuelos cancelados y mi salida de Cuba se vio retardada de tres días.
Y justo a tiempo hice mis maletas y volví a Francia cuando Wilma se enfureció e inundó las calles habaneras. Desde entonces me he planteado la cuestión de si poner o no los pies en el Caribe durante los meses de temporada ciclónica.
Fey, Hanna, Gustav y el tenaz Ike se han encargado de pasearse por el Caribe en las últimas semanas. Ike no se contuvo y entró desafiando a las patronas de las aguas cubanas, la virgen de Regla y la Virgen de la Caridad. Todavía pueden formarse otros ciclones. Quise asegurarme buscando los pronósticos hasta el término de la temporada y pensé que lo mejor era escribir algo para cuando la memoria, como un ciclón, comience a hacer estragos.
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