No conozco la corriente impetuosa del Contramaestre, y mi recuerdo del río es una cinta plateada reflejando la luna a su paso por los pueblos que atraviesa en la región oriental de Cuba. Eso fue seguramente en un “colmillo blanco” de Ómnibus Nacionales” en la década del ochenta, en trayectos de noche. Ahora he vuelto a una historia paralela de hombres, de ríos y ciudades y he salido a la calle para olfatear el Paris que la imaginación fascinante de mi amigo Raúl Chao nos ofrece en su novela histórica nombrada Contramaestre publicada por la casa editorial Dupont Circle Editions. Digo imaginación en toda su amplitud, porque como Céspedes y otras grandes figuras cubanas, Raúl Chao se apoderó de Paris, invirtió tiempo de soles y días brumosos para minuciosamente detenerse delante de cada vieja puerta y entrar subrepticiamente, caminar viejas calles con nuevos nombres o con los de antaño y hasta sentarse en los románticos y bohemios cafés y bistrots para escuchar y trasmitirnos las conversaciones de sus nobles personajes. La novela es de una elegancia sin par de nuestros cubanos del XVIII. Cubanos, criollos, nacidos en los valles ondulados y fértiles de la isla, en la región de montañas agrestes o en las tierras ganaderas que se perdían a la vista, cubanos en busca de una perfección de la vida, en tierras de cultura y refinamiento como la gala. Estaba leyendo la novela en mi casa de Paris. De la cocina venía un tufillo a hierbas, un pregón lejano y el traqueteo de ruedas de un carruaje deteniéndose en la avenida de Paula. Los vapores húmedos de la calle y los olores del puerto se mezclaron. Una fina llovizna del final del invierno me hizo tornar la vista hacia fuera. Un gorrión se guarnecía en el balaustre de mi ventana. Cerré el libro y fijé la vista en la ligne des Grands Boulevards que Luciano Franchi-Alfaro retoma para ilustrar la cubierta. La llovizna no cesaba y la fachada hausmannienne del inmueble del frente se me hizo pedazos y en su lugar comencé a reconstruir el Paris que conoció Céspedes, Del Monte, la Condesa de Merlin y hasta mi admirada Marta Abreu de Estévez que muchos años vivió la ciudad del Sena.
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