La lectura de un correo electrónico enviado por una buena amiga desde Brasil, casi en la medianoche del martes, me obligó a ajustar mi agenda, ya garabateada, para los dos días subsiguientes, es decir, miércoles y jueves. Y por una buena razón. Asistir al Coloquio Internacional “Vivir del cuento”: la nouvelle hispano-américaine contemporaine. Respirar de buena mañana el aire fresco que envuelve a los corredores de la Sorbonne y luego escuchar a especialistas y autores del mundo del cuento me transportó a los viejos tiempos de talleres y encuentros literarios, cuando mi ciudad del Bélico arropaba mis aspiraciones de poeta y cuentero. Creo que llegué mucho antes que el grueso de los participantes, y Adélaïde de Chatellus, la organizadora del evento, reparó mi timidez y gentilmente me invitó a pasar. Ya con el programa en mano y sentado en el estrado, calculé todos los movimientos para estar allí y no faltar en otros lados. Me referiré solamente a las sesiones a las que pude asistir, pues como decía, ya mi agenda estaba agotada.
I
La exacta media hora que utilizó Ángel Esteban, de la universidad de Granada, para presentar “Vivir del cuento: una necesidad en la Cuba del periodo especial” fue de una precisión suiza para aprender y comprender. Su “de la cima a la sima” fue la clave para explicarnos cómo vivir del cuento en la Cuba actual. Alguien que hizo un retrato del cubano en buen émulo de la exageración y de la narrativa cubana, dueña del síndrome de la desmesura, y que ha sabido palpar la dicotomía entre la tradición culta y la sensibilidad popular cubana alimentada por el ron, la risa, la música, el discurso y hasta por la ópera. Puro retrato del barroco latinoamericano. Ángel Esteban no omitió a Martí, ni a Lezama ni a Cabrera Infante. Habló de la Antología de la poesía cubana de Lezama Lima que apareció en 1965 y se remontó a 1608, a nuestro Espejo de paciencia, para reafirmar que lo cubano existe desde la misma llegada de los españoles a la isla, una cubanidad que se perpetúa en el siglo XIX y que es una realidad de talla reconocida. También cita a Cintio Vitier con Lo cubano en la poesía, como una consagración teórica de la intuición lezamiana. La tendencia en fuga del entorno antillano. Es cierto que no existen las razas en Cuba, porque lo que une a ciertos pueblos tiene menos espesor que aquello que los separa. Y llega en su palabra el gran Fernando Ortiz con su Tabaco y Azúcar al mismo tiempo que sentimos el calor de la isla en El color del verano llevados de la mano por Reinaldo Arenas. Todo un mestizaje, una concentración de diferencias en el objeto caribeño de la literatura con su historia de excesos. El especialista de la universidad granadina nos acerca a la diáspora cubana del 59 al 1980 como una realidad apenas captada y explica como la habanera Casa de Las Américas fue una trampa de la homogeneización en la cual –desgraciadamente, me dije yo- ha caído la intelectualidad latinoamericana y que se desbarata a partir de 1989. La paciencia del cubano llegó a su fin y la narrativa cubana conoció un importante boom en la década del 90. El niño aquel del camagüeyano Senel Paz en 1986 y luego en el ’90 El lobo, el bosque y el hombre nuevo. También del ’90 Habanecer de Luis M. García. Luego vino una expansión del universo literario cubano con figuras como José Manuel Prieto, Jesús Díaz, Leonardo Padura, y aparecieron los temas bélicos de Ángel Santiesteban, los espacios neoyorquinos, el repentismo en la pluma de Alexis Díaz Pimienta o el ocultismo de Julio Díaz. Un puñado de novelas y cuentos cubanos conquistaron el mercado español. El siglo XXI se presenta como el siglo de la literatura como una educación profesional. Es evocador el “de la cima a la sima” de Ángel Esteban y su parametraje de la dicotomía ejemplificada en la obra Hijo de la noche de Enrique del Risco, entre frivolidad y calibre de la metaliteratura, usándola para volver al pasado para viajar al futuro; de la necesidad de sobrevivir y la urgencia de llenar un vacío espiritual. Los tintes fantásticos de Bar Mañana de Luis Manuel García. Y repito, porque fue fascinante escuchar a Ángel Esteban, de la cima a la sima, cuán corto es el camino!
II
Yo no fui a pelear a Angola. Pero mucha gente que conozco, si. Hubo quien regresó, o que regresaron enfermos o que nunca volvieron. En ellos puse mi pensamiento mientras escuchaba a Renaud Malavialle que me cautivó con su “Tiempo e historia en los cuentos cubanos contemporáneos” y a cuyo título agregó algo así como cuerpo, involución, al momento de comenzar su presentación. Renaud evoca la experiencia africana en la narrativa cubana, (Amir Valle, narrador de los ’90) y el rechazo al afán totalizador (Ángel Santiesteban). Una narrativa de lo cotidiano frente a lo excepcional, con un alto valor épico (El cuento de los olvidados) donde se impone el signo del cuerpo como una proclamación del testimonio. La involución histórica, el contagio de la perversidad, la falta de fraternidad, inmersa en la economía del “dando y dando”. La locura, el suicidio, la fe…, la miseria del hombre no sin Dios sino sin sociedad. Fue otra media hora en la vida del cuento que dejó satisfechos a todos.
III
No escapé de la Sorbonne para sentarme en un café parisino, sino para asistir a una tribuna económica con Cuba en el vórtice del ciclón. La economía del hambre me contagió y no pude resistir a una rápida colación hogareña para raudo volver a la Salle des Actes donde a las cuatro en punto, el profesor Eduardo Becerra de la universidad Autónoma de Madrid sacó todas las astucias al presentarnos “Tendencias actuales del cuento hispanoamericano: ¿hacia una nueva reformulación del género?. Becerra cautivó igualmente a los presentes y paseó los cuentos de Borges por la sala, habló de una lectura equivocada, de un número equivocado, de la relación interesante entre el cuento y el saber. Y, cómo se construye un cuento? Había hilo para tejer, y Becerra tejió y tejió mientras nosotros lo escuchábamos, quizás como lo escuchan sus alumnos en Madrid. Explicó como en un cuento, el final sorprendente se construye a partir de la ignorancia del lector. Y explicó igualmente cómo el narrador dice y sabe la verdad montado en la distancia entre el tiempo de los hechos y el tiempo de contar la fatalidad a la hora de despegar ficciones y construir episodios. El arte de narrar consiste en postergar, en dejar la sorpresa para el final (Ricardo Piglia – Teoría del cuento), es decir, el misterio de la forma. Volvió a Borges para explicarnos el recurso borgiano del distanciamiento, la dimensión oral del relato tradicional. Y vuelta al final como fatalidad y no como sorpresa, la sorpresa debe ser del lector, y la fatalidad dejarla como un efecto trágico, que se convierte en el carácter trágico e inexorable del fin. La importancia de tener presente el final desde el comienzo de escribir el cuento, y tomar los personajes de la mano, desde el principio hasta el final… Y no olvidar el tiempo de la anunciación ni el tiempo de los hechos narrados, que son idénticos! Una disertación sobre el cuento envuelto en ropajes de otro género. También a mi me cautivó sobremanera.
IV
En un principio, asistir a la mesa redonda del final de la tarde era más que todo la posibilidad de encontrar a Gustavo Guerrero (Editions Gallimard), que junto a Nira Reyes (Bibliothèque Nationale de France), Bernardo Toro (revista de cuentos Rue Saint-Ambroise) y Alejandro de Núñez (Salon du Livre d’Amérique latine), se empeñarían en mostrar las estrategias para la edición, la traducción y la difusión del cuento hispánico. Si bien los cuatro invitados le dieron vueltas a las dificultades que existen en el sector, me llamó muchísimo la atención lo expuesto por Guerrero respecto a las estrategias para vender, donde una suerte de locomotora (una novela de éxito) es la única que puede arrastrar un sinnúmero de vagones (una compilación de cuentos) sólo si el movimiento sobre los raíles se hace en los seis meses que siguen a la publicación de la novela. Aunque también existen otras estrategias, por ejemplo, la presentación del libro de cuentos como una novela (el efecto mil y una noches!) que permite vender el libro de cuentos como si se tratara de una novela (genial, pensé yo!), y es que no se pueden pasar por alto las pautas del mercado, y hay que entenderlo si se quiere como una evolución de la teoría de los géneros. La recuperación de textos clásicos, o libros de alto nivel canónico, de reconocimiento internacional hace parte de la política editorial. Para compensar el desfase entre unidad operal y unidad editorial se recurre a la publicación de todos los cuentos, es decir, los cuentos completos de un autor (cuartos). Los presentes comprendimos, como bien diría Gustavo Guerrero, que las dificultades que se presentan encuentran una orientación en formas híbridas de edición.
V
El coloquio se nutrió con la presencia de jóvenes y menos jóvenes escritores espaldados por especialistas, investigadores y estudiantes de la literatura hispanoamericana. Y como no podía faltar una lectura de los que viven del cuento, escuchamos de sus propias bocas el aleteo y la vida de sus personajes. Fernando Iwasaki abrió su Ajuar funerario, Juan Carlos Méndez Guédez logró contagiar la tos de su teoría a un asistente ensimismado en la escucha de su lectura y Andrés Neuman se paseó desnudo ante la mirada incrédula de los obreros del cuento.
Yo volví eufórico a mi casa al final de esa tarde, impresionado por la paciencia para descifrar cuentos de Renaud, que me presentó a Cléméntine amorosa de mi isla que es la hermana mayor de la suya…
La euforia se transformó en delirio y llegué a mi casa abriendo gavetas para desempolvar cuentos que vinieron de lejos, de allá, escritos en la ciudad del Bélico.
Paris, casi terminando junio del 2008.
I
La exacta media hora que utilizó Ángel Esteban, de la universidad de Granada, para presentar “Vivir del cuento: una necesidad en la Cuba del periodo especial” fue de una precisión suiza para aprender y comprender. Su “de la cima a la sima” fue la clave para explicarnos cómo vivir del cuento en la Cuba actual. Alguien que hizo un retrato del cubano en buen émulo de la exageración y de la narrativa cubana, dueña del síndrome de la desmesura, y que ha sabido palpar la dicotomía entre la tradición culta y la sensibilidad popular cubana alimentada por el ron, la risa, la música, el discurso y hasta por la ópera. Puro retrato del barroco latinoamericano. Ángel Esteban no omitió a Martí, ni a Lezama ni a Cabrera Infante. Habló de la Antología de la poesía cubana de Lezama Lima que apareció en 1965 y se remontó a 1608, a nuestro Espejo de paciencia, para reafirmar que lo cubano existe desde la misma llegada de los españoles a la isla, una cubanidad que se perpetúa en el siglo XIX y que es una realidad de talla reconocida. También cita a Cintio Vitier con Lo cubano en la poesía, como una consagración teórica de la intuición lezamiana. La tendencia en fuga del entorno antillano. Es cierto que no existen las razas en Cuba, porque lo que une a ciertos pueblos tiene menos espesor que aquello que los separa. Y llega en su palabra el gran Fernando Ortiz con su Tabaco y Azúcar al mismo tiempo que sentimos el calor de la isla en El color del verano llevados de la mano por Reinaldo Arenas. Todo un mestizaje, una concentración de diferencias en el objeto caribeño de la literatura con su historia de excesos. El especialista de la universidad granadina nos acerca a la diáspora cubana del 59 al 1980 como una realidad apenas captada y explica como la habanera Casa de Las Américas fue una trampa de la homogeneización en la cual –desgraciadamente, me dije yo- ha caído la intelectualidad latinoamericana y que se desbarata a partir de 1989. La paciencia del cubano llegó a su fin y la narrativa cubana conoció un importante boom en la década del 90. El niño aquel del camagüeyano Senel Paz en 1986 y luego en el ’90 El lobo, el bosque y el hombre nuevo. También del ’90 Habanecer de Luis M. García. Luego vino una expansión del universo literario cubano con figuras como José Manuel Prieto, Jesús Díaz, Leonardo Padura, y aparecieron los temas bélicos de Ángel Santiesteban, los espacios neoyorquinos, el repentismo en la pluma de Alexis Díaz Pimienta o el ocultismo de Julio Díaz. Un puñado de novelas y cuentos cubanos conquistaron el mercado español. El siglo XXI se presenta como el siglo de la literatura como una educación profesional. Es evocador el “de la cima a la sima” de Ángel Esteban y su parametraje de la dicotomía ejemplificada en la obra Hijo de la noche de Enrique del Risco, entre frivolidad y calibre de la metaliteratura, usándola para volver al pasado para viajar al futuro; de la necesidad de sobrevivir y la urgencia de llenar un vacío espiritual. Los tintes fantásticos de Bar Mañana de Luis Manuel García. Y repito, porque fue fascinante escuchar a Ángel Esteban, de la cima a la sima, cuán corto es el camino!
II
Yo no fui a pelear a Angola. Pero mucha gente que conozco, si. Hubo quien regresó, o que regresaron enfermos o que nunca volvieron. En ellos puse mi pensamiento mientras escuchaba a Renaud Malavialle que me cautivó con su “Tiempo e historia en los cuentos cubanos contemporáneos” y a cuyo título agregó algo así como cuerpo, involución, al momento de comenzar su presentación. Renaud evoca la experiencia africana en la narrativa cubana, (Amir Valle, narrador de los ’90) y el rechazo al afán totalizador (Ángel Santiesteban). Una narrativa de lo cotidiano frente a lo excepcional, con un alto valor épico (El cuento de los olvidados) donde se impone el signo del cuerpo como una proclamación del testimonio. La involución histórica, el contagio de la perversidad, la falta de fraternidad, inmersa en la economía del “dando y dando”. La locura, el suicidio, la fe…, la miseria del hombre no sin Dios sino sin sociedad. Fue otra media hora en la vida del cuento que dejó satisfechos a todos.
III
No escapé de la Sorbonne para sentarme en un café parisino, sino para asistir a una tribuna económica con Cuba en el vórtice del ciclón. La economía del hambre me contagió y no pude resistir a una rápida colación hogareña para raudo volver a la Salle des Actes donde a las cuatro en punto, el profesor Eduardo Becerra de la universidad Autónoma de Madrid sacó todas las astucias al presentarnos “Tendencias actuales del cuento hispanoamericano: ¿hacia una nueva reformulación del género?. Becerra cautivó igualmente a los presentes y paseó los cuentos de Borges por la sala, habló de una lectura equivocada, de un número equivocado, de la relación interesante entre el cuento y el saber. Y, cómo se construye un cuento? Había hilo para tejer, y Becerra tejió y tejió mientras nosotros lo escuchábamos, quizás como lo escuchan sus alumnos en Madrid. Explicó como en un cuento, el final sorprendente se construye a partir de la ignorancia del lector. Y explicó igualmente cómo el narrador dice y sabe la verdad montado en la distancia entre el tiempo de los hechos y el tiempo de contar la fatalidad a la hora de despegar ficciones y construir episodios. El arte de narrar consiste en postergar, en dejar la sorpresa para el final (Ricardo Piglia – Teoría del cuento), es decir, el misterio de la forma. Volvió a Borges para explicarnos el recurso borgiano del distanciamiento, la dimensión oral del relato tradicional. Y vuelta al final como fatalidad y no como sorpresa, la sorpresa debe ser del lector, y la fatalidad dejarla como un efecto trágico, que se convierte en el carácter trágico e inexorable del fin. La importancia de tener presente el final desde el comienzo de escribir el cuento, y tomar los personajes de la mano, desde el principio hasta el final… Y no olvidar el tiempo de la anunciación ni el tiempo de los hechos narrados, que son idénticos! Una disertación sobre el cuento envuelto en ropajes de otro género. También a mi me cautivó sobremanera.
IV
En un principio, asistir a la mesa redonda del final de la tarde era más que todo la posibilidad de encontrar a Gustavo Guerrero (Editions Gallimard), que junto a Nira Reyes (Bibliothèque Nationale de France), Bernardo Toro (revista de cuentos Rue Saint-Ambroise) y Alejandro de Núñez (Salon du Livre d’Amérique latine), se empeñarían en mostrar las estrategias para la edición, la traducción y la difusión del cuento hispánico. Si bien los cuatro invitados le dieron vueltas a las dificultades que existen en el sector, me llamó muchísimo la atención lo expuesto por Guerrero respecto a las estrategias para vender, donde una suerte de locomotora (una novela de éxito) es la única que puede arrastrar un sinnúmero de vagones (una compilación de cuentos) sólo si el movimiento sobre los raíles se hace en los seis meses que siguen a la publicación de la novela. Aunque también existen otras estrategias, por ejemplo, la presentación del libro de cuentos como una novela (el efecto mil y una noches!) que permite vender el libro de cuentos como si se tratara de una novela (genial, pensé yo!), y es que no se pueden pasar por alto las pautas del mercado, y hay que entenderlo si se quiere como una evolución de la teoría de los géneros. La recuperación de textos clásicos, o libros de alto nivel canónico, de reconocimiento internacional hace parte de la política editorial. Para compensar el desfase entre unidad operal y unidad editorial se recurre a la publicación de todos los cuentos, es decir, los cuentos completos de un autor (cuartos). Los presentes comprendimos, como bien diría Gustavo Guerrero, que las dificultades que se presentan encuentran una orientación en formas híbridas de edición.
V
El coloquio se nutrió con la presencia de jóvenes y menos jóvenes escritores espaldados por especialistas, investigadores y estudiantes de la literatura hispanoamericana. Y como no podía faltar una lectura de los que viven del cuento, escuchamos de sus propias bocas el aleteo y la vida de sus personajes. Fernando Iwasaki abrió su Ajuar funerario, Juan Carlos Méndez Guédez logró contagiar la tos de su teoría a un asistente ensimismado en la escucha de su lectura y Andrés Neuman se paseó desnudo ante la mirada incrédula de los obreros del cuento.
Yo volví eufórico a mi casa al final de esa tarde, impresionado por la paciencia para descifrar cuentos de Renaud, que me presentó a Cléméntine amorosa de mi isla que es la hermana mayor de la suya…
La euforia se transformó en delirio y llegué a mi casa abriendo gavetas para desempolvar cuentos que vinieron de lejos, de allá, escritos en la ciudad del Bélico.
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