mardi 17 juin 2008

La isla infinita de Daina Chaviano

Tengo un viejo amigo que como yo, desde muchachos estábamos al tanto del acontecer literario de la Isla. Y él siempre tenía la última como pan caliente! Nos reuníamos en el parque frente al Instituto, como llamaba mi madre al pre-, (aquello de pre-, como a ella, tampoco nunca me gustaba, por todas las combinaciones posibles e imposibles: pre-sión, pre-tensado (la más horripilante!), pre-maturo, pre-sidente, pre-ocupaciones), y mientras esperábamos que sonara el timbre de entrada, cuando no estábamos en etapa de exámenes, hacíamos una tertulia bien matinal en la que todo comentario era posible. Una de esas mañanas frescas del último año de la década del 70, nuestro amigo y condiscípulo nos mostró el periódico Vanguardia, en venta desde las cinco de la madrugada en las cuatro esquinas del parque y en las tres estaciones de la ciudad (dos de guaguas y una de tren), que publicaba en la sesión Culturales los premios de literatura David. El premio nacional de literatura en ciencia ficción había sido otorgado a Los mundos que amo de Daina Chaviano. Nos miramos unos a los otros. Pobres provincianos talleristas literarios. Si bien nos gustaba saber qué pasaba, qué se publicaba, y quiénes publicaban, en las editoriales cubanas de aquellos años, a nuestro grupo le atraía aquella literatura que no podía leerse en la Isla, que entraba por sabe qué manos y que pasaba de mano en mano…y a decir verdad, los premios de literatura nos interesaban solo en cierta medida. Mi grupo generacional no leyó Los mundos que amo de Daina, aunque estoy seguro que todos compramos el libro editado por Unión. El libro está en la biblioteca de la casa de mis padres en la Isla. Y le sugerí al hijo de mi sobrino, que le gusta la ciencia ficción, que aprovechara y lo leyera porque la próxima vez que vaya a Cuba me lo traigo de vuelta. Por ignorancia, o porque el tiempo es demasiado corto y el abanico de intereses es demasiado extenso, no volví a chocar con el quehacer literario de Daina, pese a su merecido éxito, hasta que presentaron su novela La isla de los amores infinitos en la Maison de l’Amérique latine en Paris. No compré el libro esa vez, porque me hubiera gustado comprar la edición de Grijalbo en español. Sin embargo, antes de tomar el tren en la Gare de Lyon, siempre olfateo los estantes de la librería de la estación. Me tropecé con una edición de bolsillo de Vientos de cuaresma de Leonardo Padura, que ya lo había leído y boom!, en unos de los anaqueles, la novela de Daina que publicó Buchet-Chastel. No lo pensé dos veces y lo compré. Y buena parte de la novela la devoré en las dos horas cuarenta minutos de trayecto hasta la Cité des Papes. Puse mi marca páginas turco en la ciento veintitrés y lo cerré para volverlo a abrir en el regreso a Paris. Cuba. Siempre Cuba. Como los amores infinitos que teje la autora y que nos transporta a las calles, a los barrios, a los pueblos de la Isla. Y mientras leemos las tramas paralelas, nos percatamos que Cuba es eso, miles de tramas, miles de lazos anudados a las historias familiares que enriquecen el mosaico infinito de probabilidades de mezclas y matices.

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