Decidimos ver el filme ecuatoriano Qué tan lejos, no con la idea de encontrar una tarjeta postal del país andino, sino para tratar de ver y comprender a través del ojo de su directora lo que se nos escapó a nosotros durante nuestro recorrido del norte al sur del Ecuador en el 2004. Creo que es el primer filme ecuatoriano que se exhibe en las salas del mundo, y leí que en España tuvo un éxito absoluto. No me cabe la menor duda porque la comunidad ecuatoriana es la más numerosa de todas comunidades latinoamericanas. Pobre Esperanza, la turista española, que atravesó el Atlántico y sobrevoló buena parte de los Andes, como nos pasó a nosotros, para ver un país paralizado por su población indígena que cortaba las carreteras de acceso a la capital. Ni que decir de la huelga y las manifestaciones en Quito, donde no escapamos a las bombas lacrimógenas de la policía antimotines atravesando el parque El Ejido y que una vez contorneado nos protegimos en la sede diplomática del Japón. Ecuador dividido entre los manifestantes y un importante partido de football contra Brasil que se jugaba en la capital. Todo ello el mismo día que bajo una lluvia pertinaz un taxi nos llevaba de La Mariscala al aeropuerto quiteño. La noche antes habíamos cenado en el más exquisito restaurante japonés situado en el Swiss Hotel donde estaban reunidos los secretarios de defensa de las naciones del continente con Donald Rumsfeld a la cabeza. Lucio construye anunciaban las vallas en las carreteras. Manifestaciones de estudiantes en Riobamba con fondo de Tungurahua dormido.
Protesta silenciosa de indias cabizbajas sentadas en las aceras de Alausí. Guachala, la más vieja hacienda del Ecuador. Otavalo. La Ciénega, con el Cotopaxi de fondo. Los indios comprando una vara de tierra en cada oportunidad. Para recuperar las que les robaron a sus ancestros, nos dijo el chofer de la camioneta de una hacienda convertida en parador de lujo. La película no nos acercó a ningún paisaje. Los paisajes necesitan gentes, y animales y pájaros huyendo de una tempestad. Sin embargo, ese vacío raramente interrumpido por personajes, nos devolvió el recuerdo de haber campeado en las alturas andinas, de haber querido comunicar con sus gentes sin haberlo logrado, de haber sentido que la problemática ecuatoriana entre sus gentes, indios de la cordillera, blancos descendientes de colonos y mestizos inseguros de la sangre que corre por sus venas, no va a solucionarse a corto plazo. Si antes de ver el filme no hubiera recorrido el Ecuador, no creo que la película de Tania Hermida me hubiera impulsado a hacerlo. Tampoco vayan a seguir al pie de la letra mi comentario. Yo pasé noventa y dos minutos haciendo camino por el Ecuador por tan solo seis euros cincuenta en una luneta del cine Le Latina. Y salí satisfecho.
Protesta silenciosa de indias cabizbajas sentadas en las aceras de Alausí. Guachala, la más vieja hacienda del Ecuador. Otavalo. La Ciénega, con el Cotopaxi de fondo. Los indios comprando una vara de tierra en cada oportunidad. Para recuperar las que les robaron a sus ancestros, nos dijo el chofer de la camioneta de una hacienda convertida en parador de lujo. La película no nos acercó a ningún paisaje. Los paisajes necesitan gentes, y animales y pájaros huyendo de una tempestad. Sin embargo, ese vacío raramente interrumpido por personajes, nos devolvió el recuerdo de haber campeado en las alturas andinas, de haber querido comunicar con sus gentes sin haberlo logrado, de haber sentido que la problemática ecuatoriana entre sus gentes, indios de la cordillera, blancos descendientes de colonos y mestizos inseguros de la sangre que corre por sus venas, no va a solucionarse a corto plazo. Si antes de ver el filme no hubiera recorrido el Ecuador, no creo que la película de Tania Hermida me hubiera impulsado a hacerlo. Tampoco vayan a seguir al pie de la letra mi comentario. Yo pasé noventa y dos minutos haciendo camino por el Ecuador por tan solo seis euros cincuenta en una luneta del cine Le Latina. Y salí satisfecho.
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