Cuando era niño, un seis de enero de 1966 los Reyes Magos dejaron en la sala de mi casa una bicicleta. Evidentemente que era para mi pues yo era el único infante de la familia. Era de un verde tierno, con freno de mano, y dos rueditas traseras para evitar la caída mientras aprendía. Aquello de las rueditas me pareció ridículo y pataleé para que las desmontaran pues hice ver a mis padres que no las necesitaba. Mi padre tenía una Niágara roja. El novio de mi hermana una azul. La bicicleta nos llevó por caminos y senderos que atravesaban la finca San Felipe, lo que quedaba de la finca Santa Aracelia, por la sabana seca de las tierras de Humberto Cristo o los palmares del viejo Santos González. La bicicleta hizo parte de mi niñez. Llegó la adolescencia y pasaron años sin que pedaleara. La bicicleta verde llena de polvo y tela de arañas murió en un rincón de un cuarto de desahogo. Mucho tiempo después, en 1988, me regalé una bicicleta del mismo color que la primera. Acababan de ponerlas a la venta en una ferretería de la Víbora, en la calzada del 10 de octubre. Entré al Banco vecino de la tienda y saqué los 85 pesos que costaba la mini, plegable, freno de mano, luces, guardafangos niquelados y sillín ajustable! Esa tarde yo tenía cita en casa de unos amigos en Santiago de las Vegas y me disponía a tomar la 31 que tenía su parada inicial en la calzada. Cual no sería la sorpresa cuando me vieron llegar entripado en sudor pedaleando aquella bicicleta rusa marca Ukraine. La misma sorpresa que manifestaron mis colegas cuando al día siguiente de la compra me aparecí en mi bicicleta verde en la escuela donde yo trabajaba. Fui pionero en lo que después se convirtió en una obligación para aquellos que decían que yo estaba loco, que ese pedaleo no había quien lo resistiera. Y hubo que pedalear, y no en mi ligera y cómoda mini, sino en las pesadas bicicletas chinas, negras con barra para los hombres y azul el modelo femenino. El robo de bicicletas se puso igualmente de moda pero tuve la suerte de que nunca robaran la mía y por eso todavía hoy existe y es fiel al pedaleo. Una excelente Peugeot fue el regalo de cumpleaños en 1995. La sólida y confortable bicicleta me acompañó en 1996 durante mi periplo por los Pirineos. Ni que decir de la travesía de Marseille a La Ciotat y la subida de la route des Crêtes! Desgraciadamente, empezando el milenio fue robada en una calle parisina y yo entré a mi casa, sin ella, desconsolado como un muchacho. Como en Beijing bicycle. En el 2002 entusiasmado con la excursión nocturna de cada viernes que propone Paris Randovélo volví a recibir una bici como regalo de cumpleaños. Más ligera, con amortiguadores, sillín confortable y mucha estabilidad. Ni pensar que la voy a dejar sola en la calle, eso no! Porque desgraciadamente, no tengo suerte con las bicicletas en esta ciudad. Sabiendo los riesgos, tenía otra bicicleta, ordinaria, para parquearla en cualquier parking deux rues. El sábado pedaleé hasta Versailles por la pista para ciclos y de regreso la aseguré en una barra del parqueo casi al lado de la casa. El domingo estaba. El lunes cuando fui a buscarla había desaparecido. Paris bicycle.
mardi 10 juin 2008
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