vendredi 13 juin 2008

El andar pausado de Bertha Caluff

Bertha y yo fuimos niños del mismo barrio, en la ciudad del Bélico. Pero nunca jugamos juntos. Tampoco fuimos a las mismas escuelas. Ya grandes comenzamos a encontrarnos en tertulias literarias y a tener amigos comunes. Desde entonces hemos mantenido ese ritmo propio de los que nos mudamos de ciudad sin dar muchas explicaciones y que cuando regresamos descubrimos que falta alguien o que alguien ha vuelto a los orígenes. Así nos pasó a Bertha y a mi cuando el Almendares y el San Juan nos vieron llegar a sus orillas. Y nos ha vuelto a pasar, en mis espaciadas estancias a orillas del Bélico, ahora que Bertha es vecina del río. Bertha nació en Santa Clara. Terminó Filología en la Universidad Central de Las Villas y con su andar pausado sigue siendo poetisa. Poeta de la generación de los años 80, ha publicado varios cuadernos. Casa de Sabra (1988), Cumpleaños del pato (1990) –en Ediciones Vigía- y Tiranía del mito (Sed de Belleza Editores, 1994). Es igualmente autora de las selecciones poéticas Ellos pisan el césped (E. Vigía, 1988) y La Non Erótica, a propósito de la obra de Carilda Oliver.
Los sábados en la tarde, Bertha anima en la casa de la uneac de Santa Clara un taller literario que transpira la tenacidad de aquellos que necesitan expresarse con la pluma entre las manos. Yo les presento dos poemas de su cuaderno imagen tras la IMAGEN que fue premio de poesía Sed de Belleza en 1997.
EL REGRESO DE MOISÉS

A la memoria de mis padres

Si por intransitados caminos a la ciudad regreso,
llegaré a los parajes donde, supuestamente quietos,
se ocultan los ausentes.
Y todos quisiéramos que dejaran la mudez
volviendo a la casa,
aunque en nuestra presencia no deseen
pisar las blancas losas.
Alguna estatua les infundira el miedo,
algún pez
hace que Ella tamborilee
en su alta botonadura.

Todo pueden palpar,
al peligro acuden,
antiguos breviarios,
cuentas, telas,
sucesos patinados.

Cierro los ojos deseando
lento parecido a la mudez y al sueño.
Pero la calma se recobra atesorando anticuallas
que por las manos de los ausentes
fueron sopesadas.
Aunque Ellos no la deseen,
aunque ya no les pertezcan.
Ponen frases en labios de sacerdotes,
leves y terribles,
dormidos y velando.
Leve y terrible es sentir que se abrazan,
que ciñen el vacío.

Los ausentes sonríen en las fotos.
Al resplendor de los anillos,
los ojos entornan.
Pero no están.
Ni siquiera
en aquellos parajes
donde se les suponia.

No puedo entrar a la ciudad triufante
sino como quien
hasta una lápida regresa.


CENA DE FIN DE AÑO

Contemplando la asadera con los restos fríos,
la fuente para el pescado
pour le canard à l’orange
o el criollo asado de Nochebuena,
recuerdo al evocado.

Por regresarlo ocupa
la vajilla su lugar.
Escasean la piezas
y en la mesa se socorren.
Presta
la cremera del té
otros servicios
porque pródiga está la guarnitura
(lo que sólo él lograba
en delicadeza misteriosa).
Ahora, fría, es
el remedo de aquella
que a paladares finos educara.

Se olvidaron
que el vinillo dulce en las comidas
en copas diminutas se ponía.
Y en corriente vidrio sirven el licor.

El hermano hubo reunido
las porciones del cordero
adobándolas con poco condimiento.

Un milagro espera que acaezca
en esta cena en la que todos no estamos.
Luego,
es su rostro demudado,
su orfandad
ahogada en la embriaguez.

Ausente está la imagen,
castigada.
Se sientan
y es el mayor quien preside.
Han cubierto sus hombros
con el rigor
de los educados de la Salle,
como en la foto del gran desayuno.

Se cena en casa sobre la descolorida formica.
Se sientan las esposas, los hijos de los hijos
ahuyentando así a la imagen
que, lejos de su cuerpo,
en otro cuerpo vive.
Borran su sonrisa,
que en otra boca amenaza
la ordenada ceremonia.
Pero ella persiste,
y a quien se evoca, no llega.

Una cena sin mantel!
Es triste
la desnudez de la mesa
sin el fino cubridor
para las ocasiones.
Un mantel blanco acercaría a los ausentes,
y si la salsa se derrama,
y las servilletas se manchan.....

Es mi castigo presenciar
el convite termidado,
la contracción dolorosa de mis difuntos.
He cenado a otra mesa,
sobre una mesa cubierta.

Ahora pruebo los restos,
la osamenta fría,
y sé que Ella no estuvo
y El tampoco vino.
Choco con todos el vaso de licor,
dan las doce.

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