Cuando se me antoja escrutar el horizonte en busca de viejas piedras, basta con acercarme al Ródano. Parece un mar inmenso, casi siempre agitado. Cuando crece, lo inunda todo, y la crecida arrastra cuanto encuentra a su paso. El río es la frontera natural entre los departamentos Gard y Vaucluse. Del otro lado del río, como un fantasma, sobre un promontorio, la “Tour d’Hers” abandonada tiempo ha, y que también formaba parte de las torres de observación de la región. Y más allá, rodeado de viñedos, Châteauneuf-du-Pape, la residencia secundaria de los pontífices cuando Avignon era ciudad papal y a donde se trasladaban los santos padres a lomo de mula para pasar el verano. A veces llego hasta los puentes que cruzan el río a la altura de la represa de Sauveterre. Debajo del puente, las aguas mastican sus propias aguas haciendo un ruido ensordecedor. Avignon se distingue a la derecha por la virgen dorada que corona Notre Dame de Dom. Más próximo, a la izquierda, esbelta, lo que perdura de la torre de Châteauneuf-du-Pape. Y para llegar a Orange, distante a sólo diez kilómetros de Roquemaure, otro enorme puente cruza el endemoniado Ródano. A donde quiera que me mueva saliendo de Roquemaure, la cinta fluvial que se escurre entre viñedos y pueblos, me persigue.
El Ródano avanzando desde Châteauneuf-du-Pape
La Tour d’Hers
El Ródano avanzando desde Châteauneuf-du-Pape
La Tour d’Hers
El Ródano es la frontera natural entre Gard y Vaucluse
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