Se hace tan evidente el abandono, que no pude escapar a la idea de escribir tres o cuatro líneas. Hacen la delicia de grandes y pequeños. Esperan pacientes el momento del corte. Fueron plantados para crecer hasta que la talla fuera la adecuada. Crecieron. Pero llegó el día de la tala. Luego el empacado, una especie de malla que les permitiera respirar, después la espera para ser llevados a los floristas, a los supermercados y a otros comercios. Unos se quedan en las regiones donde fueron plantados, otros hacen largos recorridos, y hasta llegan al sur y a veces hacen travesías marítimas. Llegan fatigados. Sedientos. Y llega la otra espera. La de ser comprados. Unos caros y otros menos caros. Pero nunca baratos. Los niños gritando. El padre atajando. La abuela sacando las guirnaldas del año pasado. Bolas y colores, cúpula, falsa nieve, medias escandinavas con tarjetas y regalos bien envueltos en la base, quizás también un nacimiento y llega el 24. Las luces se encienden y los niños cantan. Al amanecer del 25, ya hay algún que otro pino, tiritando, en medio de la acera o entre dos automóviles, esperando que pase el camión de la basura.
Y cada día que pasa, otros correrán la misma suerte. Desnudos, esperando. O envueltos en bolsas doradas. A veces una bola queda olvidada entre las ramas. Corren los días. Pasa el 31. Amanecen montones de pinos, abandonados en las aceras. Y cada día, otros y otros pinos. Ya empieza la tercera semana del año. Y aunque alguien espere junio para tirar el suyo, un mar de pinos irán siendo abandonados esta semana..., triste final el de secarse y perder las agujas en una acera de Paris!
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