El 6 de enero resultó ser unos de esos días que quedó bien anclado en mi memoria. No sé en qué año, pero recuerdo que no levantaba dos cuartas del suelo. Desde que nací tuve una “secretaria” a mi disposición, y supongo que fue ella quien se encargó de escribir a los reyes magos (yo sólo debía colocar la carta dentro de un zapato en la base del árbolito de Navidad), que negoció cuanta transacción fuera necesaria y que veló mi sueño para escurrirse debajo de mi cama y colocar los obsequios transportados en camello desde lejanos puntos de la tierra. Locomotoras, trenes, máquinas, un camión-tolva (nótese que preferí hacer cemento que apagar fuegos, pues no fue carro de bomberos lo que pedí a los reyes), juegos de armar (siempre con la idea de construir algo), un balón (ni bate ni guantes ni pelotas), cuñas de carrera (quizás por esa manía de andar siempre a la carrera!), una filarmónica (que no recuerdo haber tocado jamás) y otros juguetes que deben estar en el fondo de un baúl. La gran obra de mi secretaria fue haber pedido a Gaspar, Melchor y Balthazar, una bicicleta, y como la filarmónica no había surtido efecto, para Reyes del 65 agregó a la lista una guitarra y otros juegos. La víspera de reyes el tema de conversación era el aniversario 85 de Alta, la madre-abuela-bisabuela de nuestro clan paternal y me llevaron a la cama, convencidos de que dormía, y en efecto, no logré ver cuando los tres gentiles hombres se escurrieron para depositar los regalos. Hacía un día hermoso ese seis de enero y grande fue el susto que me llevé cuando descubrí la bicicleta. A lo demás poco caso hice. La primera vuelta fue ayudado de las dos rueditas posteriores que permitían la estabilidad mientras “aprendía”, para la segunda mi padre quitó una ruedita y a la tercera fui yo quien pidió me dejaran pedalear sin la otra. Quise además, sujetar la guitarra mientras conducía y esa fue la última vez que tuve una guitarra en mis manos. El instrumento flaqueó, cayó delante de la rueda y quedó destrozado. La bicicleta me acompañó durante toda mi niñez y todavía vive en un rincón junto a otros trastos.
Que yo recuerde fue el último día de reyes sin sobresaltos. Tocó el turno a los juguetes de entrar en la era del racionamiento y los tres magos empezaron a suspender su visita anual. Dejó de escribirse la carta, y dejaron de preguntarme “qué quieres que te traigan los reyes magos?”. Padres, tíos y hermanos aprendieron a turnarse en aquellas largas colas donde daban un número que “cantaban” todas las noches hasta el día dispuesto por el mincin para la venta de los juguetes. Si no estabas en la “cantaleta” perdías el número y al final de la cola otra vez! Noches de vela, cola y sacrificio para comprar un juguete “básico” y dos “no básicos”, que con el tiempo uno de los “no básicos” se convirtió en “dirigido”, y así sucesivamente, fueron cambiando los términos, la cantidad, la calidad, y hasta el tradicional día de reyes que creo fue trasladado al mes de junio, como día de los niños. Para esa época, ya los juguetes no me interesaban, pero viví de cerca los avatares de mi “secretaria” para ofrecerlos a sus hijos, que no conocieron reyes pero tuvieron la suerte de heredar juguetes y memoria familiar. El tiempo ha pasado. Los hijos de mis sobrinos también han heredado trenes, maquinitas y muñecas, pero no conocen de la prisa de escribir la carta pidiendo tal y tal cosa, de la noche de insomnio víspera de reyes llena de ilusiones infantiles ni la alegría de desenvolver paquetes una mañana fresca de enero.
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