lundi 3 août 2009

Trampas del cielo

©cAc-09
Subimos al sitio de Gicon como cuando niños nos llevaban a montar en los “caballitos”. Contentos, excitados, haciendo cabriolas, imaginando que calzábamos polainas de grandes y clavábamos las espuelas para motivar el trote del caballo. Otra vez, Gicon era sólo para nosotros. Entramos por la puerta principal del “château-fort”, atravesamos un patio arborizado y subimos los cuatro enormes escalones que conducen al aprisco construido en el XVI sobre muros del siglo XIII. Viejas piedras, me hartan las viejas piedras-, hubiera dicho alguien que conozco y que aborrece todo lo que huela a viejo!, sin darse cuenta que somos lo que somos porque primero fuimos eso, piedras lanzadas al vacío en busca de un planeta que nos soportara. Y qué planetas nos depara el cielo en noche cerrada como ésta aquí en lo alto de Gicon?
©cAc-09
Primero apareció la luna, a medio vestir, tratando de esconderse detrás de un ramillete de nubes como corderos inquietos. Un manto negro fue echándose sobre los hombros de la Lozère, Bagnol comenzó a pestañear y detrás, al oeste, donde debió ocultarse el sol sin melindres, la claridad de unos relámpagos predijo que no veríamos aquel inmenso cielo estrellado. Al poco rato, Venus, y después otra estrella, otra, y una cuarta, la última, aquella noche de expectativa galáctica.
Cenamos sobre la tabla de orientación, mirando el cielo profusamente oscuro, Chusclan invisible, un hormiguero avanzando ininterrumpidamente por la A7, Bagnol sumergido en el valle apenas visible, la luna mirando desde allá arriba, a tres humanos provistos de un telescopio ordinario, prismáticos, lámparas de bolsillo, una brújula que no sabía dónde estaba el norte y una cámara fotográfica decepcionada por tanta oscuridad. Las ruinas del sitio se convirtieron en sombras, y no quisimos hacer caso a los ladridos lejanos que provenían de la granja, o del lado de la capilla carolingia. Lobos en Gicon?. Con el estómago lleno de “friandises”, y una cerveza belga en la mano tratamos de esperar que el cielo abriera su escenario de luceros danzantes y estrellas fugaces. Pero el cielo no se abrió, y cubierto, dormido, lo dejamos en la quietud negra de aquella noche. Recogimos los restos, encendimos nuestras lámparas, y bajamos (decepcionados?) convencidos de que la noche sabía que nosotros la vigilábamos. A vera del camino, una virgen iluminada por la luna, rogaba por la caída de un buen aguacero!

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