En Roquemaure soplaba el mistral haciendo estragos a cada ráfaga inoportuna. Ni una nube, pues como un perro juguetón, el viento se empe ña en caerles encima y desmenuzarlas como algodón roído por las polillas. Hace menos calor que otros días y acordamos que el tiempo es ideal para sentarse en La Cascade, al borde del Ceze. Dejando que corra un rosé pamplemousse fresco por nuestras gargantas. Ya la carretera nos conoce y salvo atravesar L’Ardoise, que es verdaderamente horroroso, el paisaje se nos hace familiar. Viñas, garriga, campos de girasoles, una bodega aquí, un dominio a la derecha, par de arroyos, un châtea u, y ya estamos en Chusclan. O casi, porque La Cascade está a la derecha, antes de entrar en el pueblo. Una ráfaga serpentea los árboles y nos empuja insolentemente, la campana de Saint Julien anuncia que llegamos y otro golpe de viento nos acomoda en la mesa más próxima al río. Alertados, los patos vienen coleando. Aún no hay pan en la mesa. Primero que todo habrá rosé pamplemousse como acordamos al unísono. Los patos se alejan. Dos garzas blancas sobrevuelan el río y se instalan sobre una rama colgada hasta el agua. Yo escruto la orilla, en busca de algún ratón de agua. Llega el aperitivo, servido por Joel, el muchacho simpático de la guinguette, y no vacilamos en preguntarle si tiene algún secreto el rosé pamplemousse en su preparación. Ninguno. Justo saber dosificar la crema de toronja que puede uno procurarse en la bodega de vinos de Chusclan, y por supuesto, hacerlo con un rosado del terruño. La segunda parte de tarde noche hace su aparición, como la luna, un peso macho sin aleación que ha ido ganando altura y nos hace guiños detrás del follaje. Sube un poco más, y deja caer una hebra que el río hará temblar un buen momento. El servicio es excelente, como toda buena guinguette. Y el recuerdo nos lleva a esas escapadas que hacíamos por el Marne, y que nos hacían desembarcar en Nogent o en Champigny, para vivir la tradición dominical de antaño, esas guinguettes que sobrevivieron tres guerras, que hacían bailar y escuchar la música hasta casi perder la cabeza…Pero esta guinguette es diferente. Tiene el sabor del sur y el cielo al atardecer como sólo puede existir en estos parajes. Antes que finalice el verano volveremos, y luego volveremos otra vez, para estrenar restaurant en el mismísimo centro de Chusclan. No tiene aún nombre, nos ha dicho Joel. Por el momento, disfrutamos de La Cascade, y a lo mejor cuando volvamos lo hacemos en “Caousclan”(*)
©cAc-2009
(*) Ciertos investigadores plantean que el nombre Chusclan tiene su origen en “caousclan”, una tribu asentada en en esas tierras en tiempos prehistóricos.
(*) Ciertos investigadores plantean que el nombre Chusclan tiene su origen en “caousclan”, una tribu asentada en en esas tierras en tiempos prehistóricos.
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