Sacamos el paraguas justo para pasearlo. Desde la casa al cine de la rue Pasquier no cayó una gota en la caminata de quince minutos para olvidar que hay metros y autobuses en la vida moderna. Hay otra vida, la de la ruralidad, la de caminar subiendo cuestas y acariciar el viento con la mano. “La vie moderne” acaba de salir en salas y es una película que hace del corazón una pasa. Por los testimonios, por la vida dura, por los ojos acuosos de la vejez enraizada en el campo. Durante unos diez años, en la región nombrada Cévennes, Raymond Depardon filmó para guardar en la memoria, un mundo que desaparece poco a poco, por el que a veces pasamos sin sospechar que ya no será el mismo la próxima vez, que nos grita su desespero y no le prestamos atención. Les recomiendo marearse mientras se adentren en la región montañosa, al ritmo de la cámara del cineasta que ahora completa su tríptico “Perfiles campesinos”. Parajes de una belleza extraordinaria pero no por eso en extremo áridos, en cuyas tierras dificilmente cultivables, los lugareños crian carneros, chivos, cabras y vacas y por los cuales se desvelan sin mirar el tiempo ni a si mismos. Un mundo rural de otoños rojizos, de crudos inviernos, frescas primaveras y largas jornadas estivales. Fantástico, Depardon!
samedi 1 novembre 2008
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