Dejamos NY ocupada en los últimos preparativos para abrir sus casas a las almas de los muertos convertidos en fantasmas y brujas, logrando con la imaginación toda la magia que en sus noches solitarias son capaces de crear.
Al llegar a Miami, otro espectáculo halloweenesco nos esperaba y lo celebramos a la luz de calabazas convertidas en candelabros. Fue nuestro primer Halloween en tierras americanas. El timbre de la puerta no paraba de sonar, y los niños y menos niños del barrio iban de casa en casa, como candelitas, pidiendo su parte de dulces y caramelos...
Anoche, tarde, mientras iba a la estación de Lyon para esperar a Alix, me tropezé con buena cantidad de gente joven disfrazada camino de celebrar su noche de Halloween. La fina llovizna no fue obstáculo para mantener contentos a los espíritus. O para alejar a los que en el mes de octubre no dejaron de merodear entre las paredes de nuestro apartamento, e incluso, como lo hicieron, de instalarse insolentemente en el salón. Por eso, volviendo a casa, encendí nuestra calabaza, aquella que Sylvie nos ofreció para asustarlos en caso de apuro.
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