En la década del 80, el Banco Nacional de Cuba, además de poner en circulación nuevas series del papel moneda que circulaba desde la nacionalización de la banca en 1961, emitió un billete rojo sangre de tres pesos en cuyo medallón central aparece Ernesto Guevara.
En el reverso de este billete puede leerse CHE – PROPULSOR DEL TRABAJO VOLUNTARIO y el dibujo representa a Ernesto Guevara como machetero en un cañaveral cubano, en los primeros tiempos de la revolución. El color rojo del billete que recuerda al propulsor del trabajo voluntario corresponde al color del cual se bañaron los domingos cubanos cuando el llamado se convertía en tarea nacional. Como hemos visto en la parte VI, el desmantelamiento de los regímenes totalitarios de Europa del Este cambió el mapa geopolítico del orbe y en el caso de Cuba, provocó una crisis económica que casi lleva la isla a la asfixia. Entre 1989 y 1993 el PIB se redujo en un 35%. Una mañana oscura y húmeda de 1990, la población cubana se despertó para comenzar otro día lleno de penurias, pero además, bautizado oficialmente como “período especial en tiempos de paz”. En lo adelante, la dicha denominación dominaría todos los sectores de la sociedad cubana, y evitaría el escalofriante término de “crisis económica”, con todos sus efectos catastróficos. Desde el primer momento, la crisis obligó a una reorientación de las relaciones económicas internacionales. Y por supuesto, la nueva orientación trajo consigo cambios internos en el plano económico con la idea de aliviar la situación y evitar un colapso. Uno de esos cambios fueron las relaciones de propiedad en la agricultura. La inversión extranjera y las empresas mixtas aumentaron notablemente, y una buena cantidad de empresas estatales comenzaron a administrar sus cuentas en divisas. El trabajo por cuenta propia fue estimulado considerablemente, a pesar del férreo control y una claridad comenzó a vislumbrarse en ciertos puntos oscuros de la economía. El turismo, atraído por la curiosidad y por unos días de asueto en las playas de la isla, caminando por las empedradas calles coloniales de Trinidad o boquiabiertos ante el deteriorado estado del urbanismo habanero, fue in crescendo y estimuló a los cubanos a una carrera desenfrenada por trabajar en el sector turístico. Las compras en las tiendas que vendían sus productos en divisas eran sólo para los turistas. La posesión de divisas extranjeras estaba prohibida y los cubanos hacían malabares por entrar y comprar, siempre de la mano de un extranjero. Si bien aquello de pedir a un turista que lo ayudara a “hacer una compra” podía resolver una situación momentánea, que se convertía en riesgo de prisión, también iba resquebrajando valores en la sociedad cubana. No se avizoraba el fin de la crisis y las carencias aumentaban. La emigración clandestina no cesaba. Las visitas al extranjero fueron autorizadas a los mayores de 18 años y siempre de regreso, aunque corrieran el riesgo, traían consigo, buena cantidad del billete verde. Los rumores de una posible legalización de la posesión de divisas se balancearon de una punta a otra de la isla. Mucha gente estaba preparada para ello. En efecto, la autorización de la tenencia de divisas fue dictada a través de un decreto-ley publicado por la gaceta oficial en agosto de 1993. La legalización ocurría treinta y dos años después de la nacionalización de la banca, y no solo reapareció la dualidad monetaria, sino también una multiplicidad monetaria, porque además del moribundo peso cubano y el dólar norteamericano, muchas transacciones internas se realizaban en otro tipo de peso cubano, llamado convertible.
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