jeudi 28 août 2008

El Ródano cuando pasa por Roquemaure

Cuando se me antoja escrutar el horizonte en busca de viejas piedras, basta con acercarme al Ródano. Parece un mar inmenso, casi siempre agitado. Cuando crece, lo inunda todo, y la crecida arrastra cuanto encuentra a su paso. El río es la frontera natural entre los departamentos Gard y Vaucluse. Del otro lado del río, como un fantasma, sobre un promontorio, la “Tour d’Hers” abandonada tiempo ha, y que también formaba parte de las torres de observación de la región. Y más allá, rodeado de viñedos, Châteauneuf-du-Pape, la residencia secundaria de los pontífices cuando Avignon era ciudad papal y a donde se trasladaban los santos padres a lomo de mula para pasar el verano. A veces llego hasta los puentes que cruzan el río a la altura de la represa de Sauveterre. Debajo del puente, las aguas mastican sus propias aguas haciendo un ruido ensordecedor. Avignon se distingue a la derecha por la virgen dorada que corona Notre Dame de Dom. Más próximo, a la izquierda, esbelta, lo que perdura de la torre de Châteauneuf-du-Pape. Y para llegar a Orange, distante a sólo diez kilómetros de Roquemaure, otro enorme puente cruza el endemoniado Ródano. A donde quiera que me mueva saliendo de Roquemaure, la cinta fluvial que se escurre entre viñedos y pueblos, me persigue.
El Ródano avanzando desde Châteauneuf-du-Pape
La Tour d’Hers
El Ródano es la frontera natural entre Gard y Vaucluse

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