lundi 8 juin 2009

Okuribito

No es el hecho de que haya sido premiado con un Oscar lo que nos empujó a ser espectadores del filme japonés Okuribito. Desde que las luces de la sala tres del cine Utopía se apagaron, nosotros dejamos por encanto nuestras lunetas y volamos a Yamagata. Japón sigue siendo nuestra mayor obsesión y nada impedirá que un día lo dejemos todo para instalarnos en una aldea perdida al borde de una Riviera con los Alpes nipones de fondo. Pero sigamos en Yamagata y entremos en el tema de la muerte. Es un tema como otro cualquiera, pasa a diario, es real, existe, no hay que huirle. El más allá para mí no existe, pero esos escalones seguros que conducen a la no existencia, no pueden ser rugosos ni insignificantes. Tienen que ser piedra pulida que ayuden a subir o a bajar, a todos, en ese adiós , ese último adiós donde caben todas las alegrías y tristezas de la vida. Y Okuribito está lleno de adioses plenos de amor, de melancolía, de concesiones, de tristezas infinitas y de la melodía de un violonchelo. Llámese “nokanshi”, embaumeur o preparador de muertos, el oficio que precede la mise en bière, o colocación del cuerpo en el ataúd, es y debe ser de una fineza cierta. Y se agradece infinitamente a quien lo ejerce si puso todo su talento para que los que asistan al adiós lo hagan a quien con ellos compartió la vida y no simplemente a un cuerpo inanimado. Okuribito es la sensibilidad misma, y sólo una vez encendida la sala del cine, nos percatamos que habían enrojecido nuestros ojos a fuerza de llorar calladamente mientras Daigo Kobavashi (Masahiro Motoki) tocaba al unísono cuerpos y violonchelo.

Departures (Okuribito)
Filme japonés de Yojiro Takita

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