Allá por los años 80 del siglo pasado germinó en tierras ya asfaltadas el deseo de promover una publicación que difundiera la obra de los talleres de creación. Y no tardó en brotar de las manos de dos jóvenes santaclareños el boletín que habría de llamarse Brotes y que sigue creciendo con el empeño de su primer número. El boletín fundado por Sigfredo Ariel y Arístides Vega-Chapú ha cumplido 28 años y en sus casi tres décadas ha difundido el quehacer literario de los talleristas, poetas, narradores, decimistas, artistas plásticos hábiles en manejar la pluma, jóvenes y menos jóvenes, asiduos de cada lugar donde brotes germinaba y echaba raíces. Brotes sigue espigando en cada lanzamiento que hace su redactora y promotora, la escritora Bertha Caluff, en el entrepiso de la librería “Pepe Medina”, situada en la calle Colón y Parque Vidal de la ciudad de Santa Clara. Allí pasé una tarde agradable como invitado de Bertha en la presentación del número 13 correspondiente al primer trimestre del 2009 (aparece como ene.feb.mar.’08 por error de impresión), tarde de reencuentros, de recuerdos de vivencias encanecidas, de abrazos sinceros. A pedido de Bertha, leí algunos poemas de mis primeros cuadernos todavía oliendo a la tinta casi seca de mi vieja Remington. Entre los asistentes a la presentación estaban los escritores Mariana Pérez, Luis Cabrera, la locuaz y siempre maestra Eloísa Font, y otros talleristas habituales del atelier de creación que organiza Bertha en la casa de la Uneac. Les presento Brotes N° 13 y par de instantáneas de esa tarde literaria en la ciudad del Bélico.
Carlos Alberto Casanova conversando con los asistentes a la presentación de Brotes(*)
(*)Fotos tomadas por Aramis Castañeda.




Trabajamos juntos en una escuela que formaba técnicos para el ministerio de la construcción. Apenas comenzaba la década de los 80. El cotidiano era otro, clases, guardias, reuniones, gente buena y otros menos buenos. Fuimos colegas hasta 1987 y por ese entonces nunca intercambiamos una palabra que tuviera que ver con la literatura. Años más tarde, durante una corta estancia en Santa Clara vi afichado su nombre en un anuncio de la Casa del Joven Creador, creo que era una lectura de obra o algo así. De esa manera descubrí al Lorenzo Lunar escritor de novelas policiacas, y en vano traté de localizarlo para compartir la alegría de la nueva. Hubiera sido mejor preguntar a los vecinos de la calle Real si conocían al padre de Leo Martín, pero en barrios marginales y no tan marginales, preguntar por un policía podía ser un fiasco. A su paso por Paris, de brazos con Rebeca, me envió una señal de humo electrónica pero el indígena santaclareño iba camino del sur hexagonal. La XVIII FIL anunció que la vida es un tango y yo temeroso de perderme en Buenos Aires, me refugié en la Sala Caturla para escuchar la presentación preparada por Leonardo Padura, saludar a Rebeca Murga, y pedir a Lorenzo que me firmara lo menos marginal posible la segunda novela de su trilogía policiaca.
